La animación para adultos se ha convertido, por méritos propios, en uno de los subgéneros más rentables del cine actual. Dentro de una nueva sociedad que disfruta de lo políticamente incorrecto, este tipo de cintas, gamberras e irreverentes, son la vía de escape de algunas de las mentes más ingeniosas del panorama cinematográfico y televisivo. South Park (South Park: The Movie, 1999), El gato caliente (Fritz the Cat, 1972), Rick y Morty (Rick and Morty, 2013), Beavis y Butt-Head recorren América (Beavis and Butt-head Do America, 1996) o Padre de familia (Family Guy, 1999), son claros ejemplos del éxito de estas propuestas que, además de su capacidad para reventar la diplomacia y la rectitud de otro tipo de producciones, muestran un uso muy inteligente del guión que las construye. Es por esto, por lo que acaban resultando productos tan divertidos como incisivos y punzantes con una sociedad necesitada de grandes dosis de autocrítica.
Ahora es el turno de la enésima colaboración entre esa diabólica pandilla que forman Seth Rogen, Jonah Hill y James Franco (entre otros), que se alían con la dirección de Conrad Vernon y Greg Tiernan, para intentar provocar las carcajadas del respetable con La fiesta de las salchichas (Sausage Party, 2016), una histriónica fantasía animada que cuenta cómo la ilusión descontrolada de cientos de productos de supermercado por abandonar la tienda y partir hacia las casas de los clientes, pasará de sueño a pesadilla cuando se den cuenta de que no les espera el Valhalla, sino una muerte segura.
A priori, lo enloquecido de su argumento cobra sentido en los primeros minutos de película, donde al ritmo del más puro musical hollywoodiense, los diferentes personajes del film narran sus anhelos y esperanzas como método de contextualización, a la vez que comienzan a dar muestras de su desagradable aunque desternillante manera de expresarse. De esta manera, el guión de Evan Goldberg, Kyle Hunter, Ariel Shaffir y el propio Rogen, muestra sus cartas: La fiesta de las salchichas quiere ser soez, ordinaria y ofensiva. Y lo consigue.
Sin embargo, el problema de la película radica en un elemento básico: su nivel de grosería no es proporcional al de diversión, siendo este déficit de nuevas ideas el agujero por el que desaparecen todas las posibilidades de la película de ser un nuevo referente de su categoría. Vernon y Tiernan, los directores del film, deciden atestar el metraje de numerosos gags saturando muchos de los tramos de la película y, lo que es peor, ocultando entre tanta cacharrería algunos momentos mucho más perspicaces (el homenaje a Salvar el soldado Ryan es una genialidad). El planteamiento del film pasa olímpicamente de la premisa de «lo bueno si breve…» y convierte la llamativa propuesta en un trabajo más ruidoso que original.
© Annapurna Pictures / Nitrogen Studios Canada / Point Grey Pictures
Con todo y con esto, La fiesta de las salchichas esconde entre tanto estrépito algunas resonancias con elementos de la cinematografía de Evan Goldberg; ingeniosas situaciones y delirantes diálogos vistos también en películas como Juerga hasta el fin (This is the End, 2013), Supersalidos (Superbad, 2007) o Superfumados (Pineapple Express, 2008), donde se explotan de manera ingeniosa todos los clichés sobre la homosexualidad o la religión. No obstante, es la torpe dirección de Conrad Vernon, cuyo escalofriante curriculum posee despropósitos como la tercera parte de Madagascar o Monstruos contra alienígenas, lo que lastra un film que podría haber sido muy diferente de no haberse empeñado el equipo en maquillar la gamberrada con una historia que hace aguas en el mismo punto, aquel en el que se decide sacrificar los momentos más lúcidos por situaciones demasiadas veces vistas.
Lo mejor: algunas escenas verdaderamente delirantes.
Lo peor: pierde originalidad y acaba resultando repetitiva.
Por Javier G. Godoy
@blogredrum
