Viernes 16: Modelo 77, En los márgenes y Un año, una noche
He despertado, la primera mañana de Zinemaldia, con un clima muy del País Vasco: llovía y hacía frío, así que enseguida busqué refugio en una sala de cine. Y resultó muy bien, ya que la película inaugural ha sido la calurosa Modelo 77 (Sección oficial, fuera de concurso), una rara oportunidad de ver la lucha anti-carcelaria en la España a finales de los años 70, los años siguientes a la muerte de Franco. La película mezcla brillantemente la lucha política y el retrato social durante los años de la transición española y el inicio de la democracia. Me fascinó esta mirada hacia los pequeños gestos de supervivencia, incomprensibles para cualquiera que no sea un preso. Las escenas de revueltas y motines en las cárceles me hicieron entrar en calor. Si bien era difícil que la película no cayera en déjà-vus de otras películas carcelarias, la intensidad con la que Alberto Rodríguez construye la trama es más que suficiente para mantener la tensión del espectador en todo momento. Se acabó el frío. La actuación de Javier Gutiérrez (Pino) es remarcable, en especial esa magnífica escena en la que lee una novela de ciencia ficción para consolar a su compañero de celda, que llora contando los años que le quedan dentro. Presos mirando hacia los astros y las naves espaciales del futuro; nosotros mirando a un penoso episodio de la historia de España, no tan lejana. En definitiva: muy buen inicio de festival.
Es una pena que la esperada En los márgenes enfriara este buen arranque. El problema no es la difícil y cruda realidad de los desahucios en España, sino la latente inverosimilitud que transmite la película de principio a fin. La película aborda -con torpeza y patetismo- crudos problemas de índole social a base de moralejas ligeras y pesadas, en el mejor de los casos, y condescendencia en la mayoría. Remata el despropósito un fallido viaje iniciático de un adolescente que descubre la miseria de la metrópoli. Ni un solo acierto en el guion del primer largometraje de Juan Diego Botto. Sí se puede reconocer que Penélope Cruz defiende la película con un papel atractivo y eficaz, mientras que Botto no consigue acercarse a una mala película de Ken Loach.
Unos días después de su muerte, me resulta difícil no pensar en el dilema de Godard «hacer cine político o hacer políticamente cine». El problema es que En los márgenes no consigue ninguna de las dos cosas.
El verdadero ejercicio cinematográfico del día me pilló totalmente por sorpresa, la espléndida Un año, una noche (Perlas) remontó la jornada. Una película virtuosa y visceral que nos muestra la larga reconstrucción afectiva y psicológica de una pareja tras los atentados de Bataclan en París. Una película que no cae en ningún discurso preconcebido sobre el terrorismo, sobre el dolor ni sobre el duelo. Una película extremadamente inteligente y sutil que habla de nosotros, metropolitanos desesperados comentando lo sucedido en Bataclan, de los atentados sin hablar del terrorismo, que habla del trauma hablando del amor. Un filme que quizás quede como una ráfaga de inteligencia, frente a la locura sectaria de los últimos años. Una actuación excepcional de Nahuel Pérez Biscayart y Noémie Merlant en un trabajo casi impecable de Isaki Lacuesta.
Esa noche no dormí por dos razones. En primer lugar, porque soy parisino y no pude parar de darle vueltas a la película de Lacuesta: llevaba mucho tiempo esperando un film que hiciera justicia al dolor de las víctimas de los absurdos atentados del 13 de noviembre de 2015. De todas las producciones culturales que he visto sobre el tema, ésta es la que merece la pena ver. La segunda razón fue mi terrible compañera de habitación, que roncaba a sus anchas en mi mugrienta y demasiado cara pensión del centro de Donostia.
Sábado 17: R.M.N, Godland y As Bestas.
Todavía medio dormido llegué al cine a las nueve de la mañana, para ver la muy buena Carvão (Horizontes latinos). Una película que muestra el refugio burlesco de un mafioso argentino en el desolado campo de São Paulo. En medio de los desastres ecológicos del Brasil contemporáneo, donde los pobres se ganan la vida fabricando carbón a partir de madera quemada, se establece un sorprendente enlace entre un cocainómano argentino -oficialmente muerto- y un niño solitario del campo. Un documento además de valioso, divertido.
El diamante en bruto del fin de semana es R.M.N (Perlas), de Cristian Mungiu. Bellamente dirigida en el desolado y angustioso paisaje de Transilvania, con actores que navegan con maestría por la complejidad de los conflictos multiétnicos que son a la vez incomprensibles y claros en los tiempos que vivimos. Su gran valor reside en el uso de la magia no como herramienta audiovisual, sino como una forma auténtica: presencias extrañas y mitos paganos habitan una sociedad racista y populista que resulta, lamentablemente, extremadamente familiar. La tensión está perfectamente dosificada a lo largo de la película para un final grandioso: es imposible no mencionar el nervioso y sobrenatural plano secuencia con el que termina esta película casi etnográfica.
Tras unos cuantos cafés, atendí a la otra clase magistral del fin de semana, Godland ( Zabaltegi-Tabakalera ), un elegante viaje con sublimes pinturas naturalistas islandesas y espectaculares gamas cromáticas. Hlynur Pálmason reconstruye el viaje de un misionero danés en los terribles territorios de Islandia a través de una investigación fotográfica. Es una película hecha al milímetro, en la que no se deja nada a lo accesorio o superfluo. En Godland, un retrato fotográfico habla tanto como la madera crujiente de una iglesia precaria, que en sí misma habla tanto como una ráfaga de viento del invierno islandés. Una película como una epifanía ¿o un poema filmado? Es difícil decir más, Godland es una película complicada de contar, hay que ir a verla.
Sin embargo, la noche todavía deparaba cosas buenas. La última película del sábado fue As Bestas (Perlas), de Rodrigo Sorogoyen. Un filme difícil de clasificar, que oscila entre una película de mafia, un thriller psicológico y una historia de amor. Una pareja de franceses (Denis Ménochet y Marina Foïs) acosada por miserables campesinos en una aldea gallega. Una película que no concede nada a ninguna fantasía, ni a una feliz ficción neorrural, ni a un relato caricaturesco de la supuesta violencia de los empobrecidos habitantes del campo. Debo admitir que me sorprendió la tensión que la película impone a lo largo de la historia, con un huerto gallego como escenario de fondo. Una película muy precisa, que llega en un momento muy oportuno, en un periodo en el que Francia atraviesa una ola de éxodo neorrural en cierto modo ideologizado y confuso.
Domingo 18: Sparta.
Ha sido la película escandalosa del fin de semana, Sparta (Sección oficial), la que recientemente ha sido noticia por el espinoso tema del respeto a la integridad de los actores. Sparta es una película que trata de forma sutil el deseo incipiente de un hombre ordinario por los niños. Algunas escenas muy ingeniosas molestan en su justa medida. La historia está hábilmente construida, es una lástima que la película caiga al final en los tópicos más convencionales sobre la pederastia. El director se siente obligado a explicitar burdamente el deseo del protagonista, pero también a reciclar extrañas ficciones familiares de mala factura psicoanalítica. He de decir que Ulrich Seidl podría haber prescindido de la confusión que provocan las alusiones a la antigua pederastia griega y a la decadencia de la Alemania de los años cuarenta. Sparta sigue siendo, a pesar de todo, una película casi fácil de ver, aunque muy perturbadora.