El cine de Asghar Farhadi es la vacuna perfecta para los negacionistas del cine asiático, o más concretamente del iraní. Respetado por críticos y público a partes iguales, en el salón de su casa hay una vitrina iluminada en la que lucen varios de los premios más prestigiosos del mundo, entre ellos dos Oscar por la obra maestra Nader y Simin, una separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011) y la no menos recordada El viajante (Forushande, 2015). Después de un paréntesis en el que quiso mostrar sus dotes de cineasta universal, sacudiéndose el costumbrismo de su país natal con la irregular Todos lo saben (2018), Farhadi regresa a la cotidianidad, y al absurdo del ser humano frente a la sociedad en su reciente estreno Un héroe (A Hero, 2021) por el que ganó el premio del jurado del Festival de Cannes.
Un héroe narra la historia de Rahim, un presidiario que aprovechará un permiso en su condena para intentar saldar la deuda que le mantiene en prisión, gracias a la venta de unas monedas de oro que su novia ha encontrado. Después de saber que el hallazgo no tiene el valor esperado, y enfrentado a su conciencia, Rahim decide buscar al dueño del “tesoro” y devolvérselo. Su buena voluntad, su honestidad y la recepción de un respeto hasta entonces desconocido no serán más que el comienzo de una absurda lucha del hombre contra la masa, de la deshumanización de la burocracia y de la fragilidad de la confianza.
Farhadi es, además de un director de cine de primera línea, un escritor de guiones superlativo. Su facilidad para elevar el conflicto desde la rutina diaria de un lugar cualquiera, en cualquier momento, esa sensación de que la acción, la (des)humanidad y el ser esclavo de fuerzas incontrolables, empujan a sus protagonistas por encima de sus valores, y les llevan a adoptar roles que comprometen su honestidad. El argumento va llenando de nueva información cada secuencia, de manera que también el espectador duda de sus propios juicios y principios.
Con una puesta en escena sobria, largas secuencias interpretadas perfectamente por todo el elenco (el protagonista, Amir Hadidi está perfecto en el ir y venir de sus sentimientos) y con una narración precisa, hay momentos que aproximan el prisma del autor al neorrealismo italiano de De Sica y su Ladrón de bicicletas ( Ladri di biciclette, 1947) saliendo reforzado de la comparación. La prisión en que se convierte la libertad de los juzgados, el constante escrutinio de las redes sociales, la manipulación de los medios, la pequeñez del individuo frente al poder… Farhadi remueve conciencias, y además nos ofrece un ejercicio de cine maravilloso. Una de las mejores películas que se han estrenado en lo que llevamos de año.
