La grandeza de la mayoría de producciones sobre la Biblia es indiscutible. Exodus, del afamado y algo irregular director Ridley Scott no es una excepción. He aquí su mayor virtud pero a la vez su mayor defecto. Hollywood vuelve a regalarnos un mastodonte imponente en su producción pero falto de toda personalidad.
Christian Bale es Moisés, criado entre faraónes, primo de Ramsés pero hebreo de sangre. Su comportamiento, valiente y fiel, hace que sea el favorito de Seti, mandatario egipcio, pero sus orígenes harán que sea desterrado. En este punto, comenzará una de las épicas bíblicas más características e importantes del Antiguo Testamento, en la que Moisés se convertirá en el libertador de todos los esclavos guiado por la firme e implacable mano de Dios.
Exodus. Dioses y Reyes, es una película majestuosa en lo que a su diseño se refiere. Los que hemos estado en Egipto (y los que no) disfrutaremos de las fantásticas panorámicas que ha diseñado Scott, en las que veremos aquella tierra en todo su esplendor: las Pirámides, Abu Simbel, Karnak… El detalle con el que el director norteamericano plasma la grandeza de sus construcciones, de sus palacios y de los propios faraones, es irreprochable. Para ello, cuenta con Arthur Max, dos veces candidato al Oscar, y la diseñadora de vestuario, Janty Yates. Ambos han trabajado anteriormente en otras películas del realizador, como Gladiator, por ejemplo.
Pero Exodus es mucho ruido y pocas nueces, y lo es por varias razones. El casting del filme de Scott es ligeramente desacertado. A la polémica sobre la elección de actores de rasgos caucásicos para interpretar a egipcios (el maquillaje canta), se une el poco acierto de los perfiles de personajes secundarios. Solo Christian Bale muestra todo su potencial en la película. El camaleónico actor ofrece un gran repertorio a pesar de las limitaciones de un personaje que, aun siendo absoluto protagonista de la narración, no goza de excesiva profundidad. Por su parte, Joel Edgerton, el artista australiano que interpreta a Ramsés, se esfuerza sin acabar de resultar un villano a la altura. Esto nos hace recordar a aquel Joaquin Phoenix de Gladiator, un papel para la historia que empequeñece lo diseñado por Scott y su guionistas para Ramsés, que se queda en un simple bufón al lado del emperador romano que interpretó magistrálmente el hermano del desaparecido River Phoenix.
John Turturro, Sigourney Weaver, Ben Kingsley (Oscar por Gandhi), Aaron Paul (Breaking Bad) o nuestra madrileña María Valverde, son algunos de los flojos secundarios de la película que no aportan nada especial a los ya de por sí vacuos y artificiales dialogos escritos para ellos. Solo destacaría, además de Bale, a ese talentoso crío llamado Isaac Andrews, que interpreta a Malak, quien es en realidad la figura de Dios.
El filme no consigue casi en ningún momento calar en el espectador. El trabajo visual es impecable pero el atractivo del resto de aspectos que hace grande a una película brilla por su ausencia. La larga duración, como no podía ser de otra manera, juega en contra de la épica de Scott que se empeña con Exodus en romper moldes dándole una ligera vuelta de tuerca a la historia sobre Moisés y su misión sagrada. El director no logra crear en casi ninguna escena un solo momento que pueda quedar en el recuerdo. Parece ocurrirle algo similar a lo que ya experimentó Darren Aronofski con aquel fiasco que resultó ser Noé, empeñados en cimentar grandilocuentes largometrajes a base de cartón piedra titubeante ante la debilidad de unos guiones irregulares y faltos de ingenio.
En Exodus no hay lugar para la sorpresa, nada deja huella en una película que impacta con su arrebatador planteamiento visual, pero que olvida la importancia de la creación y desarrollo de situaciones y personajes, por mucho que su guión lo escribiesen hace miles de años.
Lo mejor: El diseño de producción, formidable. Y Christian Bale.
Lo peor: Todo suena a visto, jamás soprende.
Por Javier Gómez
@blogredrum
