El gesto de amargura del hombre es, con frecuencia, sólo el petrificado azoramiento de un niño.
Franz Kafka
Citas aparte, no suele comenzarse la crítica de una película señalando, directamente, la mayor virtud de la misma. Como sucede con la propia Toni Erdmann, vamos a darle la vuelta a este texto para empezar diciendo que su original (y legítimo) tratamiento del humor como medicina contra cualquier aflicción es, de lejos, su punto fuerte. Eso ha llevado tan lejos esta joya del cine europeo que camina con autenticidad y paso firme por la alfombra roja del panorama cinematográfico internacional. Y es que es difícil resistirse al encanto de un film genuino que resulta ser la prueba fehaciente de que los alemanes también saben sonreír.
Desnudos, desprotegidos y temblorosos, navegamos por el río de la vida y, capitalizados por nuestras aspiraciones, nos dejamos arrastrar por la corriente de un sistema cruel e injusto basado en un falso éxito, fugaz sensación y volátil experiencia del día a día que, al final, acaba por sonrojarnos debido a nuestra propia y banal estupidez. Kafka se refería al gesto perenne de esa ciudadanía colocada en cadena, que avanza vertical u horizontalmente (al fin y al cabo, qué más da la dirección) y que esconde tras de sí al niño aturullado que, quizá, nunca dejó de ser. El film de Maren Ade viene, en definitiva, a darle una patada en el trasero a ese lastre de la torpe y casi siempre ciega humanidad. Firme e irónica, la lección viene disfrazada de irreverente comicidad y, con la seguridad del contundente cine alemán, nos cala hasta los huesos.
Tan grata noticia para el séptimo arte llega de la directora germana que ya en 2003 mostrase sus credenciales con una película como Los árboles no dejan ver el bosque (Der wald vor lauter bäumen), trabajo que adelantaba el universo de ideales rotos, frustraciones y huidas sobre el que giraría el resto de su filmografía y que, ahora, se engrandece, brilla y nos deslumbra con la luz cegadora del ingenio y el talento. Toni Erdmann supone el triunfo del amor y el humor en un mundo occidental cuya estructura jerárquica nos condena y nos acerca continuamente al abismo, y nos demuestra al mismo tiempo que aún existen los héroes y los payasos, auténticos ángeles de la guarda sin alas, pero con peluca y dentadura postiza.
Resulta necesario abordar el enfoque del cine europeo en este sentido, al que le cuesta menos saltarse los estereotipos de los grupos de población o sacarse de la manga personajes como Winfried, al que interpreta de manera muy loable Peter Simonischek y que toca techo cuando aparece su desconcertante alter ego, Toni Erdmann. Maren Ade, aceptaba alegre y optimista el viejo cliché del alemán medio, ese al que se ha dibujado como un impertérrito e implacable personaje del viejo continente que lo último que posee es sentido del humor. Obviamente, y a pesar de que ciertos tópicos se acercan a la realidad, la directora ha querido desmontar la teoría y, además, demostrar que el cine alemán puede hacernos reír con una propuesta que huye de lo usual y que se permite el lujo de separarse de los cánones del género. Para ello no sólo trata de convencernos con su personaje más impío y descarado, sino que utiliza la potente interpretación de Sandra Hüller, el verdadero motor de la película y toda una montaña rusa de emociones. Su apasionante papel está escrito con gran precisión por lo que resulta la columna vertebral de un film que, a lo largo de sus 162 minutos, hace un alto en todas las etapas de los estados de ánimo.
De lo que no cabe lugar a dudas es de que su larga duración puede dificultar a nuestra capacidad empática, pero a Toni Erdmann le ocurre algo muy especial: posee un tramo final rebosante de genialidad. A Maren Ade, que se ha ganado el cielo de muchos cinéfilos, no se le ocurre otra cosa que sumergirnos en la secuencia más surrealista de la película, que ya de por sí tiene los elementos propios de las tragicomedias que bucean en lo más emocional, para fascinarnos y, por si nos hubiésemos descolgado ligeramente del film, nos atrapa bruscamente con uno de los mejores finales que hayamos podido ver este año. Ya sólo por esa conclusión, que sirve de tremendo remate para una gran película, merece la pena ver el trabajo de Ade, toda una declaración de guerra al conformismo y a la amargura, a las directrices que nos imponen y a las autoimpuestas, a la tristeza perdurable. Así que, preguntémonos: ¿necesitamos un Toni Erdmann?.
Lo mejor: es irreverente, extravagante y, a la vez, está llena de humanidad.
Lo peor: lo difícil que es ver en otros cines finales como el suyo, fuera de todo convencionalismo.