Línea mortal (Flatliners, 1990) fue una producción que unió a un director solvente (Joel Schumacher) con un puñado de, por aquel entonces, jóvenes y taquilleras estrellas. La jugada comercial, además, perseguía mezclar géneros que funcionan habitualmente bien en taquilla: thriller y fantástico con dosis de cine de terror. El resultado fue un film irregular poseedora de una buena premisa que iba diluyéndose, en parte por la inconsistencia del guion, en parte por la mojigatería del mensaje y la resolución. En lo comercial, la existencia del film quedó justificada por recaudar, sólo en el mercado americano, más del triple de los 20 millones que tenía de presupuesto.
Esta Enganchados a la muerte (Flatliners, 2017), mitad remake, mitad secuela, comparte premisa con la original; un grupo de estudiantes se unirán para investigar, de forma secreta, la actividad cerebral en los instantes posteriores a la muerte. Para ello, detendrán su corazón durante unos minutos, serán reanimados y traídos de vuelta.
El film dirigido por Niels Arden Oplev, que ha forjado casi toda su carrera en televisión, apuesta más por la copia que por la innovación. Todo lo que vemos en pantalla tiene regusto a visto y oído, pues lo único que encontramos es un abanico de lugares comunes ya transitados. Vuelve a cometer los mismos errores que ya se encontraban en la cinta original: buena idea de comienzo, falta de originalidad, y escaso atrevimiento en su desarrollo. Por ello, es difícil comprender que se quiera recuperar una película muy mejorable si no es para dar un punto de vista novedoso y más arriesgado. Esa desidia podría ser comprensible en Línea mortal; actores del star system en un film que no provocase y que abarcase al mayor número de espectadores, pero en Enganchados a la muerte la decisión ha sido diferente. El elenco actoral, encabezado por la irritante Ellen Page, ni mejora al original ni forma parte del grupo de jóvenes con mayor potencial del cine yanki actual, lo que hace todavía más incoherente la falta de riesgo y evidente el tono conservador y aleccionador que tanto lastraba la cinta de Schumacher.
En definitiva, este nuevo acercamiento a la delgada línea que separa la vida de la muerte, resulta un film que en nada mejora a su predecesora pues se queda en una burda copia que demuestra la falta de ideas y de descaro del actual cine comercial en Estados Unidos, razón que parece justificar el éxodo de actores, guionistas y directores a las producciones de calidad de la televisión por cable (HBO, Netflix, Showtime) que han abonado un terreno de libertad creativa adulta que deja en pañales a parte del cine actual más mainstream.
Lo mejor: A pesar de sus innumerables defectos, puede resultar entretenida.
Lo peor: Es totalmente incapaz de provocar sorpresa alguna.