Con un vistazo al Pakistán natal de Kumail Nanjiani comienza La gran enfermedad del amor (The Big Sick, 2017), el último trabajo del director Michael Showalter. A esas imágenes de archivo entre las que se cuentan fotos de la infancia del propio Nanjiani, las acompaña la voz en off de un monólogo donde el cómico cuenta aspectos de su infancia y las similitudes con el estilo de vida norteamericano. Así, con la mirada puesta en oriente y los pies en ¿occidente?, se construye una reflexión que se sirve de la comedia para explorar asuntos trascendentales como la inmigración y sus consecuencias. Esta contradicción, insalvable a primera vista, entre la tradición y la búsqueda de oportunidades que ofrece el traslado a los Estados Unidos es la misma que el cómico Aziz Ansari desarrolla en su serie televisiva Master of None, con la que la cinta comparte no solo aspectos argumentales, sino también formales: la fidelidad a la realidad que retrata; el humor como medio catalizador de la crítica a la sociedad; y la profundidad en la creación de personajes con múltiples matices de inspiración autobiográfica.
La gran enfermedad del amor cuenta la historia real de Nanjiani (se interpreta a sí mismo) y Emily V. Gordon (aquí interpretada por Zoe Kazan), responsables de un guion que destila frescura e ingenio dentro del universo Apatow (responsable de la producción del film), y que es capaz de construir una inusual historia de amor sin fisuras. La naturalidad con que se va desarrollando la trama, y que permite abordar de forma fluida los instantes más dramáticos del relato, se convierte en uno de los puntos fuertes de la cinta al no hacer uso del humor negro ante la tragedia y ser capaz de seguir con la comedia (“siempre con la comedia”, como la madre del joven protagonista le dice repetidamente). El humor nunca sale de escena, ya sea para afrontar una enfermedad, ataques racistas o problemas familiares, gracias a la forma en que los personajes adoptan una actitud vital que se aleja tanto del tremendismo como de la burla, dibujándose honestos y trasparentes.
Al igual que en su anterior largometraje, Hello, My Name Is Doris (2015), Showalter acierta al apoyarse en un reparto capaz de dotar de fuerza a la historia (ya lo suficientemente sólida de por sí) gracias a su versatilidad y a la complicidad entre sus personajes, que consiguen mostrar procesos emocionales interiores con verosimilitud, ya sean protagonistas o secundarios (aspecto fundamental de la saga coral We Hot American Summer, donde Showalter es creador y guionista junto con David Wain).
Kumail Nanjiani es el protagonista indiscutible del relato, y el punto focal desde el que cuestionarse las dificultades familiares y laborales a las que hacer frente como migrante treintañero en Norteamérica. El enamoramiento se convierte en un proceso de autodescubrimiento y autoafirmación que permite disipar dudas, tomar decisiones y asentarse (física y emocionalmente). Un camino que a veces hay que hacer en solitario para llegar, incluso, a enamorarse.
Lo mejor: Un guion bien dirigido y la complicidad entre Nanjiani y Kazan.
Lo peor: Que se la considere una comedia menor cuando no lo es.