Que los Estados Unidos mandan en esto del Cine es algo evidente. Los grandes clásicos, la mayoría de películas que han hecho leyenda, los inevitables blockbusters y algunas de las joyas del cine independiente, se desarrollan dentro de territorio norteamericano. No es nada extraño, ya que el séptimo arte es una de las industrias más desarrolladas, cuidadas y respetadas de ese país. Otros deberíamos aprender de ello.
Pero hay una parte de los EEUU cuyo magnetismo se ha extendido gracias a varios largometrajes y series que han conseguido trasladarnos esa sensación de eterna humedad, misterio y un aire dramáticamente bucólico: los estados sureños. Cintas como «Mud«, «Tomates Verdes Fritos«, «El Príncipe de las Mareas» o las épicas sobre esclavitud «Lo que el Viento se llevó» o «Django Desencadenado«, han mostrado la amplitud narrativa que ha dado un territorio inspirador de pequeñas y grandes odiseas.
«En un Lugar sin Ley» es un drama rural que centra su historia en la Texas de los años 70. Un preso fugado de la cárcel, lucha por llegar a casa y reunirse con su chica y su hija, a la que no ha llegado a conocer.
Casey Affleck (sí, hermano de Ben) y Rooney Mara (sí, hermana de Kate), dos actores en alza, cuyas carreras continúan la senda de la corrección sumando puntos según avanzan sus filmografías, protagonizan el filme de un director, David Lowery, que consigue, y de qué manera, llamar la atención con este sutil homenaje al cine de Terrence Malick.
La película de Lowery utiliza fantásticamente los recursos del cine independiente dotándola de una gran personalidad. Esto ocurre gracias a una fotografía exquisita, basada en amarillentos y artísticos claroscuros y una banda sonora muy acertada. La segunda parte del filme, a la que da luz verde una estratosférica conversación entre el personaje de Affleck y el «malo» de la película, un escalofriante Keith Carradine, se ocupa de recordar al patio de butacas que no está ante un simple cuento de la América profunda.
Hasta ese momento, el guión de David Lowery parecía no querer arriesgar nada haciéndonos temer que la cosa no iba a ir mucho más allá. Sin embargo, el cambio llega casi a tiempo (los hay muy impacientes y de bostezo fácil), por lo que el filme consigue arrancar definitivamente transformando ese aire contemplativo del tramo inicial en puro interés ante el desarrollo de los acontecimientos. Los personajes, aunque no excesivamente definidos (al final pueden quedar algunas dudas), toman mayor forma y protagonismo ante la urgente necesidad del relato y acaban por construir una película imperfecta pero llena de encanto.
El premio a la fotografía en Sundance, su aparición en Cannes y su nominación como mejor película en los premios Gotham, no son sino una demostración de que el buen cine adopta mil y una formas. Lowery acierta con su elegante manera de rodar, con un guión muy aceptable y con una pareja de actores realmente interesante. Otro punto para el cine independiente norteamericano.
Lo mejor: su gran fotografía y ese encanto del sur de los EEUU.
Lo peor: le cuesta un poco arrancar.
Por Javier Gómez
@blogredrum