El género de la comedia romántica le debe a Jane Austen todo lo que es ahora. Cada una de las historias de la escritora se ha adaptado en cadena a la gran pantalla desde los orígenes del séptimo arte. ¿Habéis visto alguna película de malentendidos amorosos y risa fácil con una protagonista femenina que finalmente se da cuenta de que ha tenido el amor a su lado todo el tiempo? No, no es otra película de adolescentes. Es Emma y es Lizzie Benent. Si tuviéramos que ponerle un sello o etiqueta a este tipo de películas, seguro que pondría: made in Austen.
A principios del siglo XIX, concretamente en 1815, Jane Austen publicó Emma, la historia de una antiheroína atemporal e irreverente obsesionada con hacer de celestina con sus amigos y conocidos, pero no consigo misma. La propia Austen reconoció que a lo mejor no todo el mundo estaba preparado para su relato. La pregunta que surge ahora, con su historia mil veces hecha película es: ¿necesitábamos otra película sobre el personaje?
Si pensamos en la tendencia actual por revisar los clásicos -desde Disney “humanizando” sus películas de animación, hasta Mujercitas (Little Women, 2019) de Greta Gerwig, pasando por la nueva versión de Rebeca (Rebecca, 2020) de Netflix-, ahora parece imprescindible dar importancia a las nuevas miradas y no tanto a las nuevas historias. Por eso mismo, si logramos alejarnos de la Emma de los 90s encarnada en Gwyneth Paltrow, o la de la miniserie homónima de 2006, y la desternillante interpretación modernizada que ofreció Clueless (1995), tenemos a una Emma con la misma historia que contar aunque con un sesgo y una forma de expresarla distinta. Entonces… Sí. Es necesario que vuelva Emma, en manos de una directora emergente: Autumn de Wilde.
Lo que más destaca de la película no es, por tanto, la historia (de sobra conocida desde hace exactamente 205 años). Autumn de Wilde deja patente su dilatada experiencia como fotógrafa en cada una de las secuencias que componen el largometraje. Los colores pastel y el equilibrio de líneas rectas en cada plano hace que solo observar las escenas sea placentero. Queremos peli de época delicada y sutil, y la tenemos. De Wilde parece saberlo, ya que siempre se recrea un poquito al final de cada escena sin necesidad de añadir nada más; solo para saciarnos y que nos dé tiempo a disfrutar con aquellos silencios donde los personajes respiran.
En segundo lugar, tampoco se olvida de aportar un matiz de modernidad al dotar a esta Emma de seguridad y altivez propia de la adolescente hormonada que podría haber sido (algo que no se reflejaba en las versiones anteriores). La película nos sugiere la imagen de lo que llamaríamos hoy la influencer más conocida de Highbury, conocida y admirada en todo el pueblo y que se recrea manejando los hilos de la gente. Pero siempre mantiene ese toque que nos hace amarla: Emma reconoce sus errores, se siente harta y reprimida y finalmente aprende, se acepta y madura. Es una Emma más humana (sobre todo en cierta escena intensa, con hemorragia nasal incluida). También es una Emma con mucho orgullo y prejuicios… pero también con sentido y sensibilidad (ya nos perdonaréis la broma fácil, los/as fans de Jane Austen somos así).
Y para rematar todas estas razones, unas interpretaciones que expresan esa flema inglesa que añoramos desde el final de Downtown Abbey (2010-2015) y que Jane Austen se puso por bandera para satirizar las rígidas y a veces asfixiantes costumbres de la sociedad burguesa decimonónica. Si es que… hasta aprendemos historia.
Lo mejor: La intensa escena del baile entre Emma y Mister Knighley
Lo peor: Exageraciones en personajes secundarios que no acaban de funcionar.