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Cine Europeo

Elle: La no-mirada como provocación

Elle comienza con un fuera de campo. La cámara capta los sonidos de unas imágenes que aun no se atreve a mostrar: la violación de una mujer. A partir de lo que no se ve, Paul Verhoeven imposibilita la huida de la mirada, condenando a los espectadores a la posición de testigos forzosos del incómodo y trágico suceso. Este arranque se convierte en la declaración de intenciones de un director que demuestra ser capaz de provocar sin necesidad de mostrar (sí, el mismo que abrió de piernas a Sharon Stone ante la atónita mirada del público de los 90).

Provocar parece ser el signo distintivo de este cineasta que a lo largo de su filmografía ha ido transcribiendo al celuloide lo prohibido, lo inconcebible, lo perturbador para consumo y disfrute del público. Jordi Reverte, en su estudio sobre Verhoeven, acierta a señalar que el cine del holandés pretende “molestar al espectador acomodado” con el fin de hacerle cuestionarse la realidad y sus modos de representación. Elle parece estar concebida bajo esta premisa al construir una realidad muy similar a la nuestra, donde los comportamientos y conductas de sus personajes, incomprensibles y desestabilizadores, lejos de legitimar un desequilibrio psicológico, sirven para focalizar la atención en el punto de mira que el director ha prefijado: lo verdaderamente ilógico es la normatividad social.

Elle tiene esa capacidad perturbadora del cine de Verhoeven que pone en entredicho las convenciones sociales a través del personaje que interpreta Isabelle Huppert, una mujer desajustada de todos los cánones concebibles. ¿Cómo debe reaccionar una mujer que ha sido violada? Ante el aluvión de ideas posibles, todas filtradas por la psicología, la sociología, la cultura o la antropología, ninguna será la que se muestre en pantalla, porque todas ellas nacen de la necesidad de situar a la mujer en la posición de víctima, siendo su reacción la manera sana o patológica de responder ante tal agresión. Verhoeven elimina la victimización a golpe de humor negro. Hay miedo, hay rabia, pero también pasión e incluso deseo sexual. El espectador se encuentra con la imposible tarea de empatizar con esta mujer incluso conociendo los distintos roles que ocupa (madre, amante, esposa, compañera, vecina, jefa e hija), debido a la incapacidad que supone aceptar aquello que se desvía de la norma social. No hay nada que descarríe más que los instintos. Comunes a todos los seres humanos, los instintos, (esos que Freud llamó pulsiones y que agrupó en Eros y Thanatos, sexualidad y muerte) no entienden de clases, ni de género, ni saben ajustarse a constructos sociales (se pueden reprimir, pero de eso no hay nada esta película). Son los instintos el motor de esta mujer a lo largo del film, y los que impiden ponerse en su lugar a un público que, reconozcámoslo, tiene bien domado a los suyos.

Verhoeven, conocedor minucioso de la realidad en la que vive, ha querido dar un paso más allá. Con Elle continúa la disección de la normatividad social, pero esta vez el holandés se vale de lo tóxica de la mirada del público, esa que todos hemos aprehendido y de la que es imposible desprenderse, una mirada culpable (incluso hipócrita), que no puede escapar, aunque quiera, de los instintos más básicos que aparecen en pantalla.

Lo mejor: el tándem Huppert / Verhoeven.

Lo peor: que tras 130 minutos tenga que llegar el fin.

Por Cristina Aparicio
@Crisstiapa
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