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Cine Europeo

El juez: El arte de lo sencillo

En El Juez el parisino Christian Vincent se sirve de una historia aparentemente sencilla y disfrazada de drama para mostrarnos un muy completo análisis del sistema judicial francés en primera instancia, es decir, el primer encuentro con un juez que cualquiera de nosotros tendríamos al cometer un delito. Vincent, recordemos ganador de un César por La discreta (La discrète, 1990) , vuelve a mostrar como en su anterior film, La Cocinera del Presidente (Les saveurs du Palais, 2012),  un reflejo de un sector laboral concreto y nos muestra con una forma sencilla y clara el funcionamiento y los entresijos de un juicio por homicidio a un padre acusado de matar a su hija de siete meses, supuestamente, a patadas. Afortunadamente no convierte el juicio en un dramón televisivo y muestra mayor interés por el engranaje del sistema judicial francés. Con una mirada aséptica y realista, cercana al documental , nos va mostrando las diferentes partes de un juicio de una forma nítida y simple, con personajes reales, tan reales como la tendera de la tienda a la que llamas “La tacones” o el nuevo peluquero de la calle. Se agradece tal falta de artificio porque nos conduce de forma natural a la historia de amor que, también, nos quiere contar.

El juez Michel Racine, al que da vida un magnifico Fabrice Luchini, es el Presidente del Tribunal de lo Penal de una pequeña localidad francesa cercana a Lille. Racine es un hombre huraño recientemente separado, poco dado a la afectividad y a mostrar sus emociones, con fama de hombre severo y tipo que te manda a la sombra una temporadita en el momento que amanezca un lunes lluvioso. Él será el encargado de llevar las riendas del homicidio de la niña pero su vida cambiará cuando una miembro del jurado sea un secreto amor del pasado.

Luchini interpreta con maestría y sencillez al juez del título, solitario y no poseedor del mejor humor posible, seco e incluso desagradable. El actor confía continuamente en la contención y en el oficio, en “el menos es más” de la escuela francesa. Es conocedor de que un pequeño gesto es un mundo: no vemos sonreír al personaje hasta el tramo final de la película. Es todo un placer ver a un actor comedido y no haciendo de más porque realmente la gente es así. Con motivo del estreno de Primavera en Normandia (Gemma Bovery, 2014) le escuché decir que el oficio de actor era tan simple como hacer exactamente lo que el director quiere ya que es el que tiene claro lo que va a contar; de hecho, esta interpretación le valió la copa Volpi en el Festival de Venecia.

Enfrente, le da la réplica con naturalidad y dulzura Sidse Babett Knudsen en el papel de Ditte, mujer real y causa del amor del juez. Apoyados en un sencillo pero sólido guión y rodeados por unos secundarios que forman un grupo magnífico, los personajes parecen hacernos partícipes de sus discusiones. No puedo olvidar a la joven actriz que interpreta a la hija de Ditte, Eva Lallier, todo un huracán con el cual el futuro de la interpretación francesa está asegurado.

El juez es un drama –o una comedia, según se mire- que se disfruta de forma relajada y tranquila, ya que es un pedazo de vida, y que consigue dibujarte una ligera y sencilla sonrisa que, en cierta gente, es un gran logro.

Lo mejor: sin lugar a dudas, Fabrice Luchini.

Lo peor: pensar que es un drama judicial intelectualoide y no dejarse afectar por los pequeños detalles.

Por Javier Gadea
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