El viento se levanta y mueve casas, vuelan los sombreros, los aviones despegan, surgen catástrofes naturales… y la imaginación despega. Qué alegría que un soñador como Hayao Miyazaki haya compartido su visión del mundo con el resto de la humanidad.
El viento se levanta… y la vida sucede. El dibujante acerca la biografía de Jiro Horikoshi, diseñador de los aviones japoneses de la Segunda Guerra Mundial. Un chaval apasionado con la aviación, soñador –virtud sine qua non en un protagonista de Miyazaki- y que por ser corto de vista no puede ser piloto, lo que no le impide convertirse en un prestigioso ingeniero aeronáutico. Jiro posee una sensibilidad que le hace sobresalir dentro de sus compañeros y de sus cuadriculados jefes.
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© Ghibli |
El relato mezcla datos históricos y personales de este joven con momentos oníricos donde el director da alas a su creatividad y acerca una vez más su fantasía que hasta el momento no entiende de fronteras. Cierto que esta película se apoya más en los testimonios reales y la quimera va recargada de simbología para reforzar las metáfora. Un choque perfecto, equivalente a la mente artística del joven con la finalidad de sus creaciones (cazas de combate): delicadeza versus rectitud, nubes de colores contra diseños perfectamente medidos con escuadra y cartabón. La dualidad entre ambas dimensiones se ajusta perfectamente y forja una película diferente a otras que llevan la misma firma de autor, pero que a la vez, quizá esta sea la más personal.
El viento se levanta, y el amor llega. La historia comienza en su infancia y pese a que pasen por momentos duros, la mano del Walt Disney nipón ofrece una cara amable y positiva de las dificultades que se presentan. Una relación pintada con apabullante sencillez y que no deja de lado la vida laboral; porque el oficio también se desempeña con amor, y es que para el director, es el carburante que mueve el mundo.
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El viento se levanta… y las penalidades aparecen. Y como todo en esta vida, está en uno mismo interpretarlas como quiera. Miyazaki opta por poner optimismo al narrar los sucesos históricos (la entrada en Japón a la Segunda Guerra Mundial o el terremoto de Kanto en 1923), o hasta en la muerte de un ser querido.
El viento se levanta… y toca partir. El director impregna con tintes personales este relato –la vista ha sido también su talón de Aquiles-, y por última vez llena de humanidad y de mimo cada trazo. Gracias maestro, gracias por acercar a Totoro, a Mononoke, a Ponyo, o por poder acompañar a Chihiro en su viaje.
Ozu, Kurosawa, Koreeda, … Pocos serán los que duden si Miyazaki está en la cúspide del cine japonés. Es una lástima que se jubile, pero deja un gran legado. Así que toca hacer caso al subtítulo del filme, proveniente de Paul Válery…El viento se levanta, y ¡Hay que intentar vivir!
Lo mejor: La narración de su carga dramática.
Lo peor: Tanta minucia puede hacer borrar la historia del romance.