El anteriormente (¿?) conocido como Rey Midas del cine vuelve a estrenar película tras su adaptación del camino hacia la aprobación de la Decimotercera Enmienda en los EEUU allá por 1865. Aquella descripción que hizo Steven Spielberg sobre los días en los que Abraham Lincoln hacía horas extras gozaba de un diseño de producción admirable aunque gran parte de su aceptable acogida se debió a la fantástica actuación del siempre brillante Daniel Day Lewis, que se hizo con el Oscar al mejor actor. Sin embargo, Lincoln no despertaba pasión alguna, tampoco importaba el hecho de que se tratase de una cuidadísima adaptación de lo acontecido. Lincoln era, en definitiva, una película más bien plana.
Pues bien, Spielberg continua en la misma senda, en aquella que ha convertido su última etapa como director en una anodina sucesión de proyectos muy aceptables pero vacíos de emoción, lejos de aquella que le llevó a convertirse en uno de los mejores directores de siempre. Así que da la impresión de que no tiene ganas de comerse el mundo, de que Spielberg decidió, hace un tiempo, ponerse a dieta.
Los hechos reales sucedidos durante la Guerra Fría, en los que un abogado norteamericano (Tom Hanks) es elegido por la CIA para hacer regresar a un joven piloto capturado por los rusos, son la excusa que ha utilizado el tandem Spielberg-Hanks para volver a trabajar juntos y adaptar a la gran pantalla otro tramo esencial de la Historia reciente. Parece que su trabajo en común sigue siendo de lo más aprovechable, y es que debemos recordar que de esta colaboración han salido cosas como Salvar al soldado Ryan, Atrápame si puedes o las series de televisión Hermanos de Sangre y The Pacific.
Por lo tanto, no puedo decir que El puente de los espías no me haya gustado, estaría mintiendo. La nueva película de Steven Spielberg tiene muchísimas virtudes y, aunque en ningún momento me logra poner la piel de gallina como sí lo hicieron tantas otras dentro de su imponente filmografía, es obligado reconocer que el director de Cincinnati vuelve a firmar un trabajo impoluto en la mayoría de las disciplinas que contiene el rodaje de una película. Nunca falla en ese sentido y eso es lo que le ha convertido en el fabricante de sueños que es, solo que últimamente se despierta antes, sudoroso, asustado y mucho menos inspirado.
Quiero insistir en que considero a este director como uno de mis predilectos y por ello me siento algo decepcionado con el resultado final. Recuerdo que, muy posiblemente, su última gran película haya sido esa versión que no a todos convenció -algo muy respetable- de la invasión alienígena que plasmase en su libro H. G. Wells La guerra de los mundos. Después llegaron la innecesaria cuarta parte de Indiana Jones, War Horse, Las aventuras de Tintín y la ya nombrada Lincoln. Creo que no me equivoco al afirmar que ninguna de estas puede compararse ni de lejos con etapas anteriores del realizador que, generalmente, encadenaba varios éxitos de crítica y público.
Es por todo esto que el guión de El puente de los espías parece quedarse de nuevo algo corto, sobretodo si comparamos su argumento con su plan de rodaje. Spielberg se rodea de nuevo de sus colaboradores habituales y eso es, directamente, sinónimo de factura impecable, sin resquicios. El director juega con la cámara, hace lo que quiere con ella y, con la ayuda del fenomenal fotógrafo Janusz Kaminski, consigue aquellos planos que ha perfeccionado con los años, los que se han convertido en fotogramas de ensueño que ya forman parte del imaginario cinematográfico. Este planteamiento visual engrandece la película, pero no hace olvidar que solo la forma no es el fondo y que tan bella construcción tiene cimientos menos sólidos de lo deseado.
También se echa de menos al viejo John Williams. Su participación en la esperadísima nueva entrega de la saga Star Wars y la edad ya avanzada del compositor, han evitado que uno de los grandes colaboradores de Spielberg, sino el mejor y más fiel, compusiese la banda sonora de la película. En su lugar, y de manera muy acertada, se decidió contratar a Thomas Newman, un artista menos casado con la enormidad musical pero muy apropiado para trabajos de cierta magnitud. Doce nominaciones al Oscar le hacen merecedor de todo respeto y creaciones como American Beauty, Camino a la perdición o Buscando a Nemo, le han dado el crédito necesario para que todo un Spielberg decidiese que él debía sustituir a Williams, el compositor de bandas sonoras más laureado de todos los tiempos.
Nadie se aburrirá con El puente de los espías, definitivamente. Hanks vuelve a hacer un gran papel poniendo toda su dilatada experiencia en favor de una historia a la que le falta algo de entusiasmo, tampoco se queda atrás el sorprendente Mark Rylance. Y aunque todo en esta película tiene aspectos loables, nada vuelve a ser como antaño, cuando Steven Spielberg hacía historia con cada una de sus películas, cuando el maestro y ejemplo de tantos y tantos cineastas se comía el mundo, cuando no le importaba engordar de fama, cuando nunca estaba a dieta.
Lo mejor: la realización es brillante y sin fisuras.
Lo peor: le falta empaque y personalidad.
Por Javier G. Godoy
@blogredrum