Uno siempre piensa que el hecho de que un director dé el gran paso a la dirección no es más que una cuestión de ego, o porque está un poco cansado de trabajar. Vagancia, pura y dura. Luego están los directores que siempre se han dirigido a sí mismos, fruto seguramente de la inseguridad de no saber en qué lugar de la cámara lo hace mejor, o de la soberbia de pensar que solo él sabe interpretar su forma de ver el cine.
Hay directores-actores para todos los gustos: está el modelo Woody Allen, que fue el que dio fama a Chaplin antes que a él y, por el camino, a otros grandes como Warren Beatty (sublime en «Rojos» y «Bugsy«, detestable en «Dick Tracy«) o, en plan doméstico, Fernando Fernán Gómez en «El viaje a ninguna parte». Luego están los directores que, bueno, dependiendo del papel y la peli, sí, pueden arriesgarse. Mel Gibson con suerte desigual en «El hombre sin rostro» y «Braveheart«, o Ben Affleck en «Argo«. Y para cerrar está el caso más famoso y, al mismo tiempo, menos comprometido con la interpretación, el de Hitchcock, sugiriendo su figura en cameos sin trascendencia, pero legendarios.
Pero el caso que nos ocupa hoy es más paradigmático. Hablemos de Dustin Hoffman, el grandiosísimo (sí, está permitido inventarse palabras hablando de un inmortal como el enano de Dustin, que se llama como mi camisa) actor, que a sus 75 palazos ha decidido que ya es hora de dejar su sello en una peli como director. Y como las pelis son como las mascotas, que todas terminan pareciéndose a sus dueños, ha decidido narrar una historia exclusivamente protagonizada por actores en la tercera edad, la vejez, la ancianidad, o como coño sea que se tiene que decir ahora esto para que no parezca políticamente incorrecto.
El Cuarteto es una muy amable película, con un reparto de lujo, encabezado por la omnipresente Maggie Smith. Sí, esa señora que la mayoría solo conoce como la profe bruja de la saga de «
Harry Potter» o la protagonista de esa joya televisiva llamada «
Downton Abbey«, pero que acumula más premios en sus vidrieras que Messi.
La historia transcurre en un caserón de campo reconvertido en residencia para ex músicos jubilados. Con la llegada de la soprano Jean Horton (Maggie Smith) a esta residencia la vida de los que llevan años viviendo en este entorno se ve trastocada, particularmente la de sus antiguos compañeros de escena. Sin caer en un argumento maniqueo y fácil en torno a temas como la vejez o la nostalgia, Hoffman crea unos personajes de fuertes personalidades, que interactúan a través de unos diálogos de altura, al más puro estilo british, con la mala leche que otorgan las resabidas miradas de quien está de vuelta de todo. Unos protagonistas luchadores, alejados de la imagen de abuelos de pantuflas e Inistón, o de modernos ancianos, de los que se visten de raperos para darle una sorpresa a su nieto.
Una película recomendable, sin llegar a ser brillante, pero que sobre todo hará disfrutar a la gente de más edad, por la humanidad con la que son tratados temas como la envidia, la amistad y la rivalidad. Un pulso interpretativo del que cabe destacar a un más que genial
Billy Connolly en el papel de octogenario galán, que no viejo verde.
¡Ah! Y si quieren conocer el verdadero rostro y biografías reales de sus protagonistas, no se levante de la butaca cuando vea que la película termina. Los créditos finales permiten poner un rostro verdadero a unos músicos geniales pero secundarios, piezas básicas del engranaje, imprescindibles para hacer de una ópera o de una pieza clásica una obra de arte, y que por desgracia casi nunca conocemos.
Por J.M.C.