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Javier G. Godoy

Django Desencadenado: mismos defectos, mismas virtudes

Que Tarantino iba a volver con fuerza estaba claro, este hombre no da puntada sin hilo y nadie dudaba de que su retorno iba a ser sonado. «Django Desencadenado» es la nueva película del director de Tennessee y, como nos tiene acostumbrados, ha vuelto a ofrecer lo mejor de su repertorio como privilegiado creador de historias.

Sin embargo, al acabar de ver el filme, me invade una sensación de dejavu. Uno sale pensando que, a pesar de su larga duración, ha disfrutado, se ha reído y ha vibrado con esas escenas en las que Tarantino te agarra del brazo y aprieta hasta que duele, esas escenas que nos ha regalado en la mayoría de sus películas. Es, después de todo el ajetreo cinematográfico, cuando llega esa sensación «tocapelotas» que te impone que no has visto nada nuevo y que, aun disfrutando, vuelves a ver «Kill Bill» o «Malditos Bastardos» o, lo que es lo mismo: venganza, momentos puntuales de brillantes diálogos y sangre a borbotones.

Quizá este es un resumen un tanto simplista pero es la impresión que queda cuando un guión ocurrente y estimulante se corona con un par de momentos de clímax que cada vez tienen más parecidos a lo largo y ancho de su repertorio fílmico.
Me explico: Tarantino juega con ventaja. Su capacidad para crear personajes carismáticos y su talento para originar situaciones similares a esa mecha que avanza hacia la carga de dinamita, son directamente proporcionales a lo que se está convirtiendo su filmografía. En pocas palabras, da la impresión de que empieza a ser previsible.

«Django Desencadenado» habla de esclavitud, de asesinos a sueldo y de asesinos por vocación, de venganza y de las razones por las que un país entero se dividió para comenzar una guerra. Tarantino, pues, nos lo cuenta con todas sus armas, con todo lo bueno y todo lo malo (o menos bueno) de su cine y con esos excesos con los que decide finiquitar algunas situaciones. Muchos pensarán que si no fuese así no sería Tarantino, pero reincidir en una sangría digna de un producto de serie B puede que no sea la mejor manera de darle carpetazo a lo que segundos antes y, usando un símil boxístico, era un intercambio de «golpes» entre elegantes y técnicos contendientes en una pelea de auténtico nivel, cosa que mostraba la capacidad y la evolución del buen hacer del director norteamericano.

Por otro lado, sería injusto no recordar que estamos ante un hombre capaz de inventar personajes que son ya míticos y que han quedado grabados en nuestra retina para siempre. Si a esto le sumamos la categoría del reparto, resulta una mezcla tan explosiva como la misma película y en «Django…» no faltan papeles que hacen más grandes a los que ya lo son. DiCaprio, Foxx o un fenomenal Christoph Waltz, dan una lección de talento interpretativo que un grupo de estupendos secundarios completa con la misma suerte (ojo a Samuel L. Jackson)

En definitiva, un producto para Tarantinianos, con todo lo que es capaz de ofrecer el l´enfant terrible de Hollywood y que, definitivamente, no aburre en absoluto pero despide cierto tufillo a redundancia que puede hacer que, al final, nada nos sorprenda en exceso. Por lo demás, nada que reprochar, es Quentin Tarantino, lo conocemos y nos cae bien, nos gusta su cine y algunos lo idolatran ¿con razón? supongo que toda la del mundo.

Por Javier Gómez

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