Aquí va a arder Troya, se dirían unos a otros en Cartagena allá por 1992. Mientras España se vanagloriaba de los Juegos Olímpicos y la Expo 92 algo muy diferente se vivía en nuestro sureste, donde a punto de caramelo se encontraban cientos de puestos de trabajo pendientes del cierre de fábricas que habían sido esenciales para el subsistir de las gentes de la zona. Pero he aquí que el calentón no iba a ser pasajero, que ni Curro ni Cobi iban a distraer la atención de aquellos a los que les peligraba el pan. Se iba a armar la marimorena, iba a arder Troya.
De aquellos días habla El año del descubrimiento, atípico documento que afila la navaja para contar lo que allí ocurrió y cómo sindicalistas y afectados se echaron a la calle para recibir pelotas de goma, cachiporrazos y mucho improperio. Pero allí estaban y allí se iban a quedar, sobre todo porque no quedaban más cojones. De ahí los suyos.
El mensaje, que ya es atemporal y poderoso por defecto, atrapa de la solapa con fuerza gracias a una decisión crucial: el realizador Luis López Carrasco graba en formato Hi-8 y parte la pantalla en dos, como si quisiera que la bofetada fuese de ida y vuelta. A un lado, los gladiadores de aquellos días, sindicados, trabajadores, familiares afectados… A otro, jóvenes de hoy que con sus palabras ilustran la desesperanza de una época en la que delante de la policía se corre por utopías de independencia, poco más. El trabajo, precario y escaso, ya no nos moviliza. Lo saben aquí y en China. Y lo saben los que tienen que saberlo para que sus impolutas corbatas no les aprieten demasiado, que la cosa está tranquila.
Esto sí es cine inmersivo. Tres horas y media de conversaciones -algunas inquietantes por parecer triviales- que van ganando empaque con los minutos y que emocionan, vaya si lo hacen, en las postrimerías de este fabuloso documental. El año del descubrimiento es una hostia al aire para el que la pille, porque faltos de leches estamos tantos y tantos dormidos en los laureles. La cara y la cruz de la pelea que las nuevas generaciones han ido perdiendo y que nos recuerda, a golpe directo de palabra y cantinela, que cualquier tiempo pasado fue mejor, al menos para los que tenían clarinete que si las cosas no mejoraban y se respetaban sus derechos iba a arder Troya.