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La princesa prometida: Desafiar a los cuentos

Que una película cumpla 30 años y siga teniendo la misma fuerza que en los ochenta sólo puede significar una cosa: que es una obra maestra. Es el caso de La princesa prometida (The Princess Bride, 1987), una película disruptiva, sorprendente, desternillante y trepidante, que te atrapa desde el principio para que no la olvides nunca.

La novela de William Goldman siempre había llamado la atención de Hollywood y hasta el mismísmo Schwarzenegger estuvo interesado en convertirse en el gigante del cuento. Sin embargo cuando por fin el proyecto pudo salir adelante lo hizo de la mano del autor de la novela, Goldman, que adaptó el guión, mientras que Rob Reiner acabó dirigiéndola. En aquel momento el gobernador de California pedía más dinero casi del que costaba la película, así que optaron por un reparto más asequible que, simplemente, lo bordó.

Desde el inicio por tanto, todo fue un acierto, y el cúmulo de estos aciertos es lo que han convertido una comedia de acción “familiar” en un peliculón que no te cansas nunca de ver y volver a ver. Para empezar la base no podía ser mejor. El guión de Goldman está repleto de frases hilarantes que encajaban perfectamente en la idea que Reiner tenía en mente y que el reparto ejecutó a la perfección. Y es que convertir en personajes creíbles a los protagonistas de un cuento infantil medieval parece hasta fácil cuando ves la película, pero seguro que sobre el papel no resultaba tanto. Sin embargo Reiner lo consigue. Hace que Robin Wright, Cary Elwes, Mandy Patinkin y hasta André el Gigante consigan la complicidad del espectador desde el minuto uno traspasando esa cuarta pared y enganchándote de tal manera que podrías pasarte días diciendo aquello de «como desees…«. Y qué decir de la frase más mítica de la La princesa prometida: “Me llamo Iñigo Montoya. Tu mataste a mi padre, prepárate a morir”. Es que aunque no hayas visto la película (que ya tiene delito), has pronunciado esta frase alguna vez en la vida. Y no es para menos, porque todos nos emocionábamos viendo aquellos duelos de espada coreografiados por Bob Anderson (responsable también de otros duelos en films tan grandes como El señor de los Anillos). ¿¿Cuántos no habéis intentado lo mismo en casa con el cartón del papel Albal o con una espada de los chinos??

Y a pesar de la fuerza de esas escenas de acción, cada fotograma del metraje, de unos 98 minutos, es impecable e imprescindible. Desde la intervención de Billy Crystal hasta la música del maestro Knopfler, pasando por la delicadeza de ciertas escenas en las que saltaban chispas entre los protagonistas, hasta los diálogos más surrealistas vistos en una pantalla grande, todo evidencia el enorme trabajo y talento del equipo para construir una historia que después de treinta años sigue siendo la mejor opción para un día de sofá, para grandes y para pequeños, para aquellos que no la han visto nunca y los que no nos cansamos de verla jamás.

Pero La princesa prometida es mucho más que puro humor, romance y aventura (que ya es bastante). El gran Peter Falk es el encargado de conducir una historia que tiene como objetivo final inculcar el amor por la lectura a su nieto (el pequeño Fred Savage), demostrarle lo lejos que se puede viajar  y las emociones que se pueden experimentar gracias a la literatura. Y este mensaje deberíamos tenerlo muy presente siempre, sobre todo aquellos que amamos el cine, porque el cine sin la literatura no existe y sin La princesa prometida el cine sería menos cine y los cuentos de princesas preciosas, apuestos pretendientes y malvados príncipes, piratas y gigantes no nos gustarían.

© MGM / UA / Act III Communications

© MGM / UA / Act III Communications

La princesa prometida, premio a la mejor película en el Festival de Cine de Toronto y nominada al Oscar en la categoría de Mejor canción, seguirá siendo siempre un viaje a la infancia, a la inocencia, al recuerdo de aquella capacidad que teníamos de sorprendernos cada pocos minutos. Ojalá siga habiendo muchos abuelos dispuestos a contar historias tan maravillosas a sus nietos y regalándoles el amor por la lectura.

La grandeza de esta película que cumple 30 años reside en un montón de factores diferentes: mezcla de géneros, guión perfecto, reparto que convierte en creíble un cuento medieval, la acertadísima partitura de Mark Knopfler sin la que la película no sería la misma, un ritmo trepidante y una complicidad con el espectador, al que mira directamente a los ojos, que no es fácil conseguir de una forma tan natural.

Por Lore Pérez
@LorePerAlv
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