Este 2016 se estrenaba en nuestras carteleras el último trabajo de Paco León, Kiki, el amor se hace, comedia construida sobre cinco historias cuyo único nexo en común era la temática que subyacía en ellas. Paco León huía de la necesidad que parece apoderarse de los films de múltiples tramas, esa que lleva a buscar la manera de entretejer las historias y cargar la narración de casualidades para acabar unificando el relato. Es esa confluencia y búsqueda inexorable de nexos entre historias en lo que se asienta Rumbos, el último trabajo de Manuela Burló Moreno.
Tras su primer largometraje Cómo sobrevivir a una despedida (2015), la realizadora se aleja de la comedia para ahondar en el sentimiento de pérdida y desequilibrio que hay detrás de la inestabilidad del devenir de la vida. A lo largo de una noche, las calles de una anónima ciudad serán testigos de este ir y venir de los personajes que, subidos en distintos medios de transportes, fluyen por la carretera desvelando trocitos de su angustia existencial que comparten con esas personas con las que van chocando por el camino. La alegoría no se escapa al situar en una ciudad (no-ciudad) esta historia de encuentros casuales. Apostar por la noche (infinita temporalidad que alberga los miedos y las necesidades de los que caminan sin rumbo) como lugar donde transcurre la acción , resulta ser el gran acierto de las decisiones de puesta en escena, envolviendo la narración del toque de magia que procede de la penumbra y la tenue luz de las farolas. El clima es el propicio para toda clase de confidencias, secretos que Manuela Moreno desvela no solo con palabras, sino también a través de primeros planos de los gestos de sus personajes, sus miradas, y el roce con los otros.
Dejando a un lado los constreñidos nudos trenzados entre historias, y los planos detalle a modo de subrayado (el chicle en el suelo de la gasolinera en el que se fija la atención y la acción en ese punto), Rumbos parece ser el futuro irremediable en el que terminaría los protagonistas de Quiero estar el resto de mi vida contigo, uno de sus primeros cortometrajes, la historia de un instante fruto de la coincidencia del destino. Esa fracción de vida, inesperada, parecía determinar el resto de sus días. Con Rumbos se transita por el mismo camino, justo en la fracción de segundo en que se pone el intermitente para girar. En ese momento transcendental de toma de decisiones, aparece ante los personajes un interlocutor que se empeña en recordar los beneficios del camino ya elegido. Una especie de conciencia personificada que encarna los miedos que se alojan en cualquier riesgo existencial. La magia se desvanece con la moraleja que se esconde tras todo el conjunto: en la vida es mejor dejar las cosas como están.
Lo mejor: la capacidad de Moreno para captar la belleza de los sutiles instantes trascendentales.
Lo peor: la falta de libertad narrativa que surge de la necesidad de entrelazar las historias.