A estas alturas nadie debería sorprenderse ante el cine de NWR, iniciales con las que firma (una y otra vez) el director danés Nicolas Winding Refn. Sus propuestas, desde la urbana y violenta Pusher (1999), pasando por Fear X (2003) o la mística Vallhala Rising (2009), hasta Drive (2011) o Solo Dios perdona (2013), han basado su planteamiento en una concepción alternativa de la realidad, universo de tiempos dilatados y agresivos contrastes de colores, que ha llevado al realizador a considerarse un artista de culto, amado por unos y odiados por otros.
Sucede que su carrera ha sufrido ciertos altibajos que, a un director que asume tantos riesgos creativos, no le han beneficiado de cara a la crítica internacional y, aunque ha día de hoy el gremio está más dividido que nunca con respecto a su idea del séptimo arte, todos sabíamos que The Neon Demon, su nuevo trabajo, levantaría ampollas. Esta sensación se acentuó cuando en el pasado festival de Cannes, al finalizar la proyección del film, el respetable allí presente se dividió una vez más, llegando al punto de que lo más defraudados con la película gritasen a los cuatro vientos improperios como «onanista» o «pajillero«. Vaya ¡qué expectación! pensamos algunos.
Y fue precisamente aquel escandaloso recibimiento lo que despertó la curiosidad (si no la había ya) de muchos de los que aún teníamos que esperar a ver la película en los pases de prensa. No podemos negar que una conclusión tan polémica de los primeros visionados, donde por supuesto también hubo lugar para los elogios, es una estupenda e impagable publicidad en beneficio de la productora, la distribuidora, la película y del propio Refn, el primero, seguramente, en disfrutar más que nadie con las desavenencias de la crítica, un colectivo en constante guerra civil.
Sin embargo, más allá de un circo que, al final, es lo que menos debería interesarnos, se esconde la complejidad de una filmografía realmente genuina y llena de ramalazos de genialidad que, pese a quien le pese, contiene algunos de los momentos visuales más sugerentes de los últimos tiempos, recursos que Refn controla y moldea con gran facilidad. Quizá influido (por qué no) por la simetría de Kubrick o la obsesión por lo onírico de David Lynch, el realizador ha dado a luz una película plagada de matices construida sobre los pilares básicos del terror, la esencia de la crítica más aguda y los aspectos visuales, momentos álgidos y absolutamente hipnóticos de la película que han convertido las vicisitudes de la joven y bella Jesse (Elle Fanning) en el tren de la bruja más perturbador del año.
El guión que ha escrito el propio Refn, junto a Mary Laws y Polly Stenham, resulta una experiencia de lo más inmersiva gracias a secuencias como el espectáculo en vivo en la discoteca, una de las primeras escenas del film que el director enfatiza con el tema musical The Demon Dance de Julian Winding, y que resulta una introducción muy significativa teniendo en cuenta el desarrollo del metraje durante los minutos posteriores. Al igual que en esa secuencia, lo que parece pretender el director es querer trasmitir la experiencia de la joven modelo interpretada por Fanning de manera que el conglomerado de ideas resulte más una cuestión sensorial que un concepto con un significado tangible y determinado. Si bien es cierto que la película se resiente en su segunda mitad, donde la perspicacia del relizador se hace menos patente, The Neon Demon acaba resultando en su conjunto una colección de metáforas de ambiguas lecturas que se apoyan en una contundente y siempre llamativa puesta en escena, equilibrando -aunque parezca difícil dada la división entre una primera parte genial y su segunda, menos brillante- la misteriosa amalgama de representaciones y percepciones de la omnipresente maldad.
De esta manera, Winding Refn explora la oscuridad del ser humano y sus entretelas usando figuras tan reconocibles del cine de terror como los demonios (ese enigmático fotógrafo) o las brujas, personificadas en las modelos que lucharán con Fanning por cautivar a aquellos jueces de la belleza, dioses que tienen en su mano las vidas de estas jóvenes entregadas a la inhumanidad de una profesión tan deslumbrante como efímera. Al igual que las hermanastras de la Cenicienta de los hermanos Grimm, las modelos, figuras implacables y frías, fijan su objetivo ante la llegada de la nueva e inexperimentada joven, a la que parece querer ayudar otra figura apasionante del film, una agradable maquilladora interpretada por Jena Malone (Contact, Sucker Punch). Y es que en The Neon Demon, regresando a la lynchiana referencia, nada es lo que parece… o sí.
En la película, y como es costumbre en el cine de Refn, la música es parte importantísima del propio recorrido del film, protagonizando con la contundencia habitual la mayoría de sus escenas. A la ya comentada aparición del compositor Julian Winding (hijo de Brigitte Nielsen), se unen la fantástica partitura de Cliff Martinez, habitual colaborador de Refn y experto en crear atmósferas inquietantes, el grupo Sweet Tempest, y la artista Sia, más en el candelero que nunca y autora de Waving Goodbye, el tema de los créditos finales.
Sí, porqué negarlo, el cine de Nicolas Windign Refn no es para todos los estómagos. Cualquier crítica negativa a su filmografía es comprensible, su cine habita en tierra de nadie, tampoco se digiere con facilidad. The Neon Demon puede resultar la película abanderada de todos los rasgos que convierten a Refn en un director sumamente distintivo, y es por ello que el debate está servido. El nuevo film del director danés irrumpe con fuerza para no dejar indiferente a nadie y eso, señores, ya es un logro en un arte, el séptimo, saturado de propuestas vacías pero envueltas en el mejor papel de regalo. Podría pensarse con todo derecho que esta película es parte de esa vacuidad, también lo contrario, resultando esta opinión tan legítima como la del amigo de la butaca de al lado. Y ese es Winding Refn, un demonio con gafas de pasta que se divierte dándole vueltas a su caleidoscopio.
Lo mejor: la sugestiva contundencia visual y musical de algunas escenas.
Lo peor: sus últimos minutos, cuestionables y menos brillantes.