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Críticas

El joven Ahmed: Donde reside la esperanza

Siempre hay espacio para la esperanza, o al menos así es la realidad que los hermanos Dardenne reflejan a través de su cine; una realidad de claroscuros donde la crítica social es más una invitación a la reflexión que al adoctrinamiento. El joven Ahmed (Le Jeune Ahmed, 2019) se ubica de forma natural en la filmografía de Jean-Pierre y Luc Dardenne, que siempre ha sabido diseccionar las bondades del individuo dentro de una sociedad que margina a sus integrantes.

Quizá resulte más difícil, a primera vista, encontrar este mismo esquema en una cinta cuyo protagonista (un preadolescente fanático islamista) tiene interiorizada una ideología que condiciona su manera de ser y estar en el mundo. Ahmed huye, se escapa de la cámara, parece esquivar la mirada a la vez que se desplaza por el espacio con una incómoda seguridad (la cabeza muy agachada y sin alzar la vista a penas un momento), fruto de la convicción de poseer la verdad absoluta. Ahora hay un peligro que viene de dentro de uno mismo, una amenaza que no se puede combatir desde el exterior. A diferencia del resto de sus largometrajes, no hay un personaje secundario –un marido comprensivo como en Dos días, una noche (Deux jours, une nuit, 2014); una madre de acogida entregada como en El niño de la bicicleta (Le gamin au vélo, 2011) ni un suceso –la omisión (involuntaria) de socorro en La chica desconocida (La Fille Inconnue , 2016); o un puesto de trabajo como en Rosetta (1999)– que entre en la historia con la suficiente influencia (o capacidad) como para reconducir el camino de este joven radical.

El cuerpo de Ahmed se convierte en el punto de fuga de unos cineastas que han hecho del acercamiento de la cámara a sus protagonistas su seña de identidad. La vocación realista de la que parten (del registro documental) es uno de los grandes valores que los Dardenne transmiten a todas sus historias, una naturalidad que permite, incluso en la más atrevidas de sus propuestas, dejar que un resquicio de luz respire dentro del plano.

Y es que quizá el cine de los grandes directores sea a su vez el de los pequeños gestos: el de las caricias esquivadas y encontradas,  o el de las manos que al estrecharse abren un hueco a la esperanza.

Lo mejor: La complejidad de un relato que prescinde de clichés y el sentimentalismo y la coherencia formal y narrativa de unos cineastas que consolidan su discurso.

Lo peor: El reduccionismo con el que se pueda recibir una propuesta que aborda los peligros del fanatismo (sea cual sea su raíz).

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