Que Clint Eastwood ha perdido la magia es una obviedad que aun muchos se empeñan en negar. Desde Gran Torino, el director norteamericano no ha rodado una película a la altura de sus grandes obras. Esta es una realidad, le pese a quien le pese. Yo también echo de menos su inspiración.
Pero es lo que hay, y a pesar de tratarse de uno de los grandes maestros, debemos activar nuestro espíritu crítico y llamar a las cosas por su nombre y, una vez más, la última película de Eastwood no cumple las expectativas levantadas. El francotirador es un largometraje frío, al que le falta sentimiento, de buena factura pero absolutamente distante y sin un atisbo de la trascendencia que mostraron antaño algunas de las producciones del realizador de Sin Perdón.
Chris Kyle es casi un mito en EEUU por haber sido el francotirador más letal de la historia de las fuerzas armadas. Su lista de muertes asciende casi a 260 víctimas, aunque el gobierno norteamericano reconoció 150. Aun así, su figura ha pasado a los anales gracias a su efectividad y compromiso (extremo) con la seguridad de los soldados destinados en Irak. Eastwood nos cuenta su historia alternando las sensaciones de Kyle, el despertar de sus sentimientos patrióticos y la creación de una familia, con el duelo que mantuvo durante años con otro experto francotirador irakí. El director infunde a esta última trama un estilo casi de género Western, donde, quizá, encontramos los momentos más lúcidos del filme.
Porque los tiene, sí, a pesar de todo. Y aquí es donde entra en acción un actor de físico imponente como es Bradley Cooper, encasillado en comedias gamberras o de poco fuste, y encaminado a conseguir grandes logros gracias a su trabajo en El lado bueno de las cosas y, ahora, en el El francotirador. Una interpretación sobria y creible que tira del lento y pesado carro construido por Clint Eastwood para la ocasión y que le ha valido a Cooper una nominación como mejor actor en la próxima gala de entrega de Los Oscar. Su mujer, interpretada por la bella Sienna Miller, no goza del protagonismo del primero pero, evitando histrionismos baratos, cumple con profesionalidad su rol de esposa enamorada, que espera y espera por el regreso y recuperación de su patriótico marido.
También podemos sumar a estos aspectos más positivos el cuidado diseño de producción que, sin ser nada estratosférico, nos introduce en la escenas de acción gracias a las verosímiles localizaciones preparadas en Marruecos y a los movimientos de cámara que proponen Eastwood y Tom Stern, su fantástico e incondicional director de fotografía.
Pero eso es todo. El filme del realizador de San Francisco no profundiza en la mente de Chris Kyle, no trasciende del relato cuasi superficial y se aleja como un gran bloque de hielo de la empatía del esperanzado espectador, necesitado de estas historias, pero de un enfoque totalmente diferente. En El francotirador no hay escenas para la leyenda, no hay planos para la historia, ni frases para el recuerdo. La última, esperadísima y torpemente nominada al Oscar película del maestro Eastwood, aquel que nos regaló Mystic River, Million Dollar Baby o Los puentes de Madison, nos mira con la misma indiferencia con la que abandonamos la sala mientras los títulos de crédito finales se deslizan por la pantalla. Nuestras emociones permanecen inhertes, casi como los ojos de ese falso bebé, tan horriblemente hecho, convertido en paradigma de la apatía de la inspiración del gran Clint Eastwood.
Lo mejor: la historia real y el trabajo de Bradley Cooper.
Lo peor: que despierte indiferencia por su falta de pasión y ese descarado muñeco-bebé.
Por Javier Gómez.
@blogredrum