Las grandes productoras de cine saben que una generación entera teníamos la bandana de Karate Kid (1984, J.G.Avildsen) doblada en un cajón del armario junto a nuestra ropa interior, son conscientes de que jugábamos con el Halcón Milenario soñando que éramos Han Solo o Leia y también intuyen que todos hemos subido las escaleras del colegio con la melodía de Rocky (1976, J.G.Avildsen) en modo repetir dentro de nuestra cabeza. Sólo así se explica esta fiebre por ofrecernos remakes a veces evidentes y otras veces encubiertos como presuntas secuelas. Cualquiera que haya visto el Episodio VII sabe a qué me refiero.
La nostalgia vende y en la nueva entrega de Rocky conocen la mejor manera de hacerlo. La película es emocionante y divertida pese a no sorprender al espectador en casi ningún momento. Durante prácticamente todo el metraje sabes qué va a ocurrir, pero eso no es malo si eres consciente del tipo de película que estás viendo. El guión se limita a ser complaciente y da al espectador justo lo que ha ido a buscar.
En esta segunda película del joven director Ryan Coogler, la realización es más que correcta. Está muy bien rodada y de forma coherente, salvo en ciertos insertos al estilo Guy Ritchie que no parecen tener ningún sentido. Es un acierto contar con un director tan joven, ya que él también parece estar realmente contagiado de esa nostalgia que los estudios buscan. La narración saca buen provecho también del envejecimiento del personaje de Rocky. Hubiese sido ridículo subir al ring a Balboa y es mucho más interesante mostrarle como mentor que sigue luchando contra sus propios fantasmas.
En Creed hay demasiadas secuencias sensiblonas y otras tantas demasiado macarras, pero uno está tan noqueado por estar recibiendo justo lo que esperaba, que no le importa que utilicen algunos golpes bajos. En la película se alternan los mamporros, el patriotismo y las lecciones de autoayuda; algo que sin duda siempre estuvo presente en la franquicia. Rocky cambió las películas de boxeo para siempre. Cambió el cine negro y los personajes sórdidos por el cine social y las historias de superación. De esta manera este tipo de películas se convirtieron en un género muy comercial y a la vez en películas muy del gusto de la Academia. Es llamativo que el protagonista de Creed no esté nominado este año a mejor actor, pero no es mi intención alimentar la reciente polémica racial en este texto. El que sí que está nominado de manera merecida a “mejor actor de reparto” es Stallone. Él, que irónicamente en esta entrega no reparte ni un simple bofetón.
Lo mejor: una más que digna séptima secuela de la saga, que pese a no querer inventar nada nuevo resulta realmente emocionante.
Lo peor: si eres de los que acude a la sala con ganas de que le sorprendan esta no es tu película.