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Cine Europeo

Climax: En defensa del esteticismo

Gaspar Noé lleva demostrando con los años que hay pocos como él en esto del marketing y del venderse a uno mismo. Y es que, consciente de que la crítica –al menos la visible, es decir, la que aparenta estar menos formada- tiende a la homogeneización y a la ausencia del pensamiento profundo y fuerte, logró colarles la idea de que él, que no era mucho más perverso que tantos otros, era un autor provocador. El argentino ahí ya lo tenía todo hecho. Un efecto dominó de opinión acrítica elevó una voz de alarma que, aún hoy –varios largometrajes después-, sigue teniendo eco. Como suele hacerse en este tipo de ocasiones, prensa y mercaderes pusieron en marcha su dialéctica envenenada: mientras los primeros hablaban horrorizados de las insoportables imágenes del cineasta, los segundos se llenaban los bolsillos mimando en sus festivales prestigiosos a este enfant terrible. Nadie parecía preguntarse: “¿es que no se ha representado ya antes esta crueldad con la misma intensidad y con tanto descaro?” o “Teniendo en cuenta que toda representación de una violación siempre será desagradable ¿no es acaso menos morboso hacerlo desde la distancia que, pongamos por caso la agresión sexual de Con uñas y dientes (1977) de Paulino Viota –a nadie se le ocurriría señalarlo como un provocador-, recorriendo los cuerpos de verdugo y víctima en varios planos que soben la acción y la remarquen?”

Es solo dejando de lado todas estas ideas viciadas, cortando dentro de la sala de cine la relación que uno haya asimilado entre performance del artista/ ispositivo publicitario de su equipo y su obra como objeto autónomo, como uno debería entregarse a Climax (2018), la última obra de Gaspar Noé. Obra de arte total, el director afincado en Francia deposita en ella sus preocupaciones habituales –la violencia inherente al ser humano, la imposibilidad de la convivencia, la decadencia inevitable de las relaciones humanas, la carnalidad del hombre, etc.- para erigir sobre ellas una obra que apuesta, y Noé ya tiene escuela en ello, por llevar hasta sus últimas consecuencias lo que podríamos llamar “la forma por la forma”.

Así, consciente de que si el cine tiene que abrir camino por algún lado, deberá hacerlo primero mediante la exploración de la variabilidad de sus formas y estructuras –algo que solamente puede llevarse a cabo con éxito si se olvida el atentado contra la originalidad que supone la sentencia: “Todo gesto estético y toda acción tienen que estar justificados”-, el director de Enter the Void (2009) juega con una serie de planos secuencia (él mismo tiene la honestidad de reconocer que, aunque muy bien trucados, son “falsos”). En ellos, yendo del acercamiento estático al movimiento incansable pero muy medido de la cámara –hasta el punto de identificar las locas angulaciones de la cámara con el grado de presión que experimentan sus personajes- recrea el ir y el venir, a veces coreografiado, otras decadente, de una serie de bailarines que improvisan una fiesta de fin de ensayo que no saldrá como ellos quieren que salga (bueno, a algunos el viaje les sienta de puta madre). Un camino, este que va del hedonismo y del proceder mecánico, simple y llano del hombre al terreno de la locura que sobreviene cuando éste se deja llevar sin límite ni norma, que es narrado por Noé con la precisión del genio que te lleva, paso a paso y sin giros bruscos, del orden y la medida que se desprenden de la cordura de la planificación inicial al punto de no retorno y el vértigo de la locura –camino que puede ser resumido en el ir de Sofia Boutella del baile coreografiado a la ansiedad bailada-.

Gaspar Noé vuelve a dar con Climax otro golpe sobre la mesa para decirnos que la experiencia en sí misma también importa, que lo bello no tiene por qué ser bueno –ni mucho menos verdadero- y que el cine no existe solo para satisfacer al espectador, sino también para asfixiarlo. Solo aquellos que, lejos de comprender las múltiples posibilidades del cine, sigan defendiendo aquellas ideas viejas que ven una condición necesaria la identificación de la ética con la estética, o que creen que toda obra tiene que complacerles, seguirán alimentando esa imagen de un provocador sin sentimientos que les saca con tanta insolencia de su zona de confort.

Lo mejor: Que alguien haya hecho esto. También ver a Sofia Boutella ir del baile coreografiado a la ansiedad bailada.

Lo peor: Si algún espectador ha consumido drogas psicodélicas recientemente puede sufrir paranoia o brote psicótico.

Por Pablo Castellano
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