Quentin es un chico que lleva toda la vida enamorado de Margo, una chica total y absolutamente atípica, rebelde e incapaz de llevar una vida normal. Una noche decisiva marcará sus vidas para siempre. A partir de ese momento y con la desaparición de Margo, nada volverá a ser igual.
El cine “teen” es un subgénero dedicado a retratar a los púberes como niñatos. Da igual la generación, por norma general, todas tienen un barniz de frivolidad que causa vergüenza ajena. Con el paso del tiempo, hay quien ha optado por ofrecer visiones mas ajustadas a la realidad, y lo que resulta mas interesante: hay quien ha decidido hablar de los problemas reales de los adolescentes. Huyendo de los tópicos, nos encontramos con filmes tan innovadores como It Follows (2014) o tan arrebatadoramente honestos como esta Ciudades de Papel que siguiendo la estela de la novela homónima de John Green, y mejorando lo expuesto en ella (así lo afirma su autor, quien ejerce también de productor ejecutivo) traza un recorrido que circula entre el romance, la comedia y el desasosiego, sin olvidar una pizca de sabiduría vital.
Ciudades de Papel se sostiene por media docena de grandes interpretaciones. Un elenco de rostros poco conocidos y talentos emergentes como Nat Wolff (Bajo la misma estrella) o Cara Delevingne (Anna Karenina). Destacan por ser creíbles, cercanos y no especialmente guapos, algo que en Hollywood parece una norma de oro. La “extraordinaria normalidad” de los personajes los hace mas cercanos a la audiencia, y consigue que la historia no quede como un mero pretexto para forrar carpetas y agendas de adolescentes histéricas. Ciudades de Papel es un relato sincero sobre saltarse el guión de la vida, también es una metáfora triste sobre la idealización del amor y sus consecuencias. La universalidad del mensaje es total, y la empatía con los personajes consigue que la película traspase los límites estrictos de edad. Una narración visual hermosa hace el resto, y esto hoy en día, es un logro en si mismo. Un pequeño milagro.
Se podría decir que el filme de Jake Schreier es puro carpe diem, sin caer en la idealización excesiva del lado bestia de la vida. Se agradece que este relato de amistad adolescente, con sus romances, sus peleas y sus angustias, no prescinda de las luces y las sombras que acompañan a sus personajes. Ahí están Austin Abrams (The Walking Dead) haciendo de amigo desesperado por perder la virginidad y Justice Smith (The Thundermans) en el papel de afroamericano empollón, arropando a Nat Wolff.
Lo mejor: un reparto convincente. Una película adolescente recomendable para púberes de trece a cien años.
Lo peor: el epílogo, con su voz en off, tal vez está de mas.
Por Gerard Gomila.