Fernán Gómez ya lo tenía claro cuando Luis Alegre y David Trueba le preguntaron por los defectos de los españoles en el memorable documental La silla de Fernando. Siglos de rivalidades con el vecino, atropellos en nombre del Madrid o del Barça, del PP o del PSOE, de rubio o negro, de con cebolla o sin cebolla han dado como resultado el nulo respeto por lo ajeno, en un ejercicio circense de pirueta y salto mortal en la autarquía de las ideas.
El cine no ha sido ajeno a este desprecio. Desde hace años hemos escuchado el siempre manido e ignorante “yo no veo cine español”, así, como el no matarás, o no levantarás falso testimonio ni mentira. Desde que en la transición de los Armiñan, Saura, el propio Fernán Gómez, etc, luchasen contra la etiqueta del destape, que dio un carácter pseudopornográfico y casposo a nuestro cine, la imagen de nuestras producciones ha sido inversamente proporcional a su calidad.
En los últimos 20 años, el cine español ha ganado varios Oscar, ha visto reconocido el talento de muchos de sus directores y actores en los mejores festivales de cine del mundo y ha recibido la llamada de muchos de los mejores artistas de la industria del séptimo arte para trabajar con nuestros profesionales (Robert DeNiro, Tim Robbins, Rachel Weisz….). José Luis Cuerda, y no sin razón, rebaja la presión en los extras de la edición DVD de su mediometraje Total: “En comparación con el número de películas que se realizan al año y las obras maestras genera, el cine español está al nivel o por encima del americano”.
Y es que en estas dos décadas hemos sobrevolado Galicia con Ramón Sampedro, levantando el Oscar junto a Amenábar en el mismo escenario en el que años antes enumeraba Almodóvar las vírgenes y santos que le habían alumbrado para parir Todo sobre mi madre, o Hable con ella. O (sin Oscar), Volver. Y es que Penélope “Raimunda” Cruz se adelantó a la crisis y nos enseñó cómo se puede sobrevivir con risas y lágrimas en este estrecho mundo, justo antes de que la bañasen de dorado por gritar con gracia junto al genio de Woody Allen. O que su ahora marido creara uno de los personajes más siniestros de la historia de la cinematografía, y que sería reconocido unánimemente por toda la industria, aunque Javier Bardem llevase ya varios años demostrando que es uno de los mejores actores que existen. Hemos estado en paro con Santa y su tropa, cagándonos en la puta cigarra y su concepción capitalista de la naturaleza. Sufrimos el tsunami del sudeste asiático, ahogados de tensión con la epopeya rodada por J.A. Bayona. Hemos estado encerrados con Malamadre y hemos investigado con Santos Trinidad en ese clásico en el que se convirtió No habrá paz para los malvados desde su estreno.
Hemos cerrado una puerta antes de abrir otra al terror junto a Nicole Kidman. Hemos sabido que Bosco nos quería matar para disfrute de las snuff movies, y que un edificio entero de zombies (¿o eran infectados?) es el mejor ingrediente para un reality, o para llenar las salas de espectadores dispuestos a pasar el miedo más cínico de REC, o de Mientras duermes. Con Alberto Rodríguez hemos descubierto que el género policiaco español tiene sitio en los altares de las obras maestras, ¿qué tienen que envidiar Javier Gutierrez y Raul Arévalo, o Antonio de la Torre y Mario Casas a Woody Harrelson y Matthew McConaughey?
Daniel Sánchez Arevalo ha dejado para la posteridad una lección de cómo captar el lenguaje de dos generaciones diferentes de jóvenes sin huir de la calidad y el buen humor. Nacho Vigalondo y Carlos Vermut nos aseguran un luminoso futuro haciendo malabares entre el cómic y la copla. Alex de la Iglesia ha convocado a Satán, ha descubierto a Segura, y aún le ha sobrado tiempo para sublimar la comedia negra con La comunidad o Las brujas de Zugarramurdi.
Mientras, en un plano alejado de la simplicidad mortal, Carmen Maura sigue impartiendo lecciones de estilo y sencillez, Maribel Verdú se supera en cada fotograma, José Sacristán pone voz a medio siglo de historia, Eduard Fernández no representa, es la cara y el sentir de la clase media de este país, y Terele Pávez gobierna con mano de hierro la nave que transporta a los secundarios, aquellos que hacen de nuestro cine un ejercicio de grandes comediantes: Enrique Villen, Lola Dueñas, Manuel Tallafé, Vicente Romero, Candela Peña, Luis Zahera, Celso Bugallo, Blanca Portillo, Antonio Dechent…
Incluso en dimensiones tan alejadas del presupuesto y del gusto de los productores como son la animación, o la ciencia ficción, ha destacado el cine español. Arrugas, Chico y Rita, Los cronocrímenes o Eva son solo algunos ejemplos de porque nuestro cine goza de una indudable buena salud.
En nuestras calles, en los colegios de este país, en sus bares, en sus sacristías, se han criado Edgar Neville, Buñuel, Berlanga, Juan Antonio Bardem, Carlos Saura, Rafael Azcona, Antonio Mercero, Nieves Conde, Mario Camus, José Isbert, Rafaela Aparicio, Emma Penella, Alberto Closas…no lo olvidemos. Y menos ahora que las cifras de taquilla hablan de que cada vez vemos más cine patrio. Qué quieren que les diga, no sé si fiarme de esos informes, al fin y al cabo, los hace algún español.