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Cine asiático

Regreso a casa: Memoria perdida

Con Regreso a Casa, el director chino Zhang Yimou nos muestra su lado más intimista, ese alejado de las grandes producciones que han marcado su carrera en la primera década del siglo. Películas como Hero (2002) o La Casa de las Dagas Voladoras (2004) con su segunda musa Zhang Ziyi,  rebosaban espectáculo visual. En ellas, se mostraba el poderío del cine comercial chino, al igual que en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Beijing, donde, a mayor gloria de su país, y a pesar de haber sido crítico con el régimen y haber tenido mil y un problema con El Partido, diseñó un evento muy grandilocuente que se convirtió automaticamente en el mejor comienzo de unos JJOO de todos los tiempos. En esta ocasión, vuelve a los orígenes que tan buen resultado le dieron, y es que con Sorgo Rojo (1988), su ópera prima, ganó el Oso de Oro en Berlín. En ella, adaptó una novela de Yan Geling para hablarnos desde lo particular: desde la intimidad de una familia de tan sólo tres integrantes a algo tan grande como es la memoria de un país de mil millones de habitantes. En Regreso a Casa se reencuentra con su primera musa y hoy posiblemente la actriz de mayor proyección internacional de su país, Gong Li, con la que compartió algo más que cine y un total de ocho colaboraciones.

El film, nos cuenta la historia de un preso político (Chen Daoming) en La Revolución Cultural china, que tras un intento de fuga es liberado veinte años después; al volver a su casa su mujer (Gong Li) no le reconocerá, esperando encontrarse con la misma persona de dos décadas atrás.

Con una factura impecable y apoyándose en Zhao Xiaoding, el director de fotografía nominado al Oscar por La Casa de las Dagas Voladoras (en sus principios Yimou comenzó como operador de cámara) nos muestra una China implacable, monocromática y triste, cuya uniformidad y pensamiento único permitido son los del omnipresente régimen comunista. Yimou, nos habla de algo que él sufrió en sus propias carnes, algo común a todas las dictaduras, lo que causó la ausencia de libertad de pensamiento en varias generaciones chinas. También nos habla de las cárceles, cárceles personales y cárceles emocionales. Lo que supone y castiga el encarcelamiento de uno de sus miembros por el mero hecho de ser pensador, escritor y/o poeta, al núcleo y fortaleza de una familia. El aniquilamiento del “yo” y su proyección, dejando sin voz crítica y observadora a toda una nación. También las devastadoras consecuencias a nivel emocional, que destruyen los lazos y los proyectos de vida más íntimos y propios, creando auténticos inválidos emocionales enganchados a un anhelo o a un amor, aniquilando la dignidad personal de cada individuo convirtiéndolos en meros peones del sistema. Yimou muestra todo esto de manera implacable, pero también modesta, pequeña. Entre otras virtudes, se sirve de unas más que aceptables interpretaciones modulando admirablemente la emotividad, sin permitirse caer en lo sensiblero y la lágrima fácil.

A la espera de ver lo que nos ofrece el realizador con su vuelta a los grandes presupuestos en La gran Muralla, protagonizada por Matt Damon y que llegará a nuestro país en febrero de 2017, tenemos la posibilidad de disfrutar esta película desde lo más recóndito y personal, destinada a todo aquel que quiera alejarse del típico y trivial cine veraniego y quiera reflexionar sobre este mundo en el que vivimos.

Lo mejor: su estupendo guión y un clímax final muy conseguido.

Lo peor: que se confunda pequeña o íntima con obra menor.

Por Javier Gadea
@Javichul
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