Cuántas películas se han hecho sobre esa cosa que llaman amor y qué pocas se han atrevido a posar la cámara en una pareja en “el día después”, ese tiempo que irrumpe tras el tsunami pasional que significa enamorarse, o, perdonen la expresión, el “paisaje después de la batalla”. Y éste es, precisamente, el mérito principal de Dos en la Carretera (Two for the road, 1967), dirigida por Stanley Donen (Columbia, 1924) y que este año ha cumplido 50 primaveras desde su estreno.
La película narra la historia de una pareja, Joanna y Mark (Audrey Hepburn y Albert Finney), en diferentes momentos de su relación. Lo hace de una forma original y rompedora, con una estructura temporal no cronológica y cada fase de la relación enmarcada en un viaje a la campiña francesa: cuando se conocen y terminan enamorándose, recién casados, cuando ya la rutina se ha instalado en sus vidas, son padres y surgen reproches e infidelidades mutuas, y el momento actual, fase en la que no saben muy bien si ir hacia delante o romper definitivamente.
Los saltos temporales, no sólo no desorientan al espectador de la película, sino que, por el contrario, ayudan a entender esa degradación sutil que se va instalando en la pareja, gracias al agudo guión de Frederic Raphael (autor también del guión de Eyes Wide Shut, de Kubrick) plagado de diálogos chispeantes, irónicos y hasta cínicos, en los que la pareja protagonista se pasa la “pelota”, cual partido de tenis, a veces suave, a veces golpeando duro, intentando hacer daño al otro. Pero este guión brillante no sería lo que es si no fuera por las enormes actuaciones de la pareja protagonista, Hepburn y Finney. Es tal la química que desprenden (al parecer, la hubo también fuera de la pantalla) que las afiladas conversaciones surgen de una forma natural y creíble, aun con la dificultad intrínseca de contar la historia de una forma no ordenada en el tiempo. Sin embargo, tengo que confesar algo: por encima de todos los méritos de la película me encantaría poner en relieve la actuación de una Audrey Hepburn que, estando en la cúspide de su carrera, arriesga en una película alejada de la comedia clásica, con un personaje igualmente alejado del arquetipo de dulzura e ingenuidad, algo infantil incluso, que la había llevado a ese estatus de estrella. La actriz se sumerge en un personaje sólo en apariencia superficial, una Joanna que va evolucionando desde un lado más luminoso y soñador a otro más melancólico y oscuro sin perder un ápice de humor e ironía por el camino. Esta Audrey madura luce más bella que nunca.
Similar transformación tuvo que sufrir Stanley Donen, un maestro del cine clásico (primero, de musicales como Cantando bajo la lluvia o Siete novias para siete hermanos, después de comedias como Indiscreta y la encantadora Charada), cuando se propuso dirigir Dos en la Carretera. Y es que esta película no se puede entender sin el contexto en el que fue creada: unos años antes aparecía el llamado “cine de autor» o «Nouvelle vague”, corriente creada por directores franceses como Truffaut o Godard. La nueva ola dejó descolocado al cine clásico y sólo algunos, como Donen, logran adaptarse. Dos en la Carretera nace claramente influenciada por este cine diferente (rodaje en exteriores, mayor naturalidad y espontaneidad en las actuaciones, temática compleja, montaje arriesgado, etc) pero aun así, la película nunca deja de tener la elegancia y regusto de la época clásica: existe una forma “ligera” al narrar algo tan duro como el deterioro de una relación; además se trata de una gran estrella de Hollywood quien la protagoniza. Ambos aspectos refuerzan esa idea de clasicismo. De esta forma, nos encontramos con una obra peculiar, mezcla de dos universos cinematográficos, en principio, muy alejados, motivo por el que, quizá, el film no contentase del todo ni a unos ni a otros. Solo el tiempo ha sabido situarlo en el lugar que le corresponde.
Por último, no hay que dejar de señalar varios elementos característicos de la película de Donen que no son nada desdeñables: el aspecto estético posee, desde unos originales y genuinos títulos de crédito hasta todo el diseño de vestuario, que mantiene su vigencia a día de hoy y que ayuda a situar al espectador en las diferentes épocas de la relación; la fotografía de Christopher Challis retrata los bellísimos paisajes interiores franceses; y por último, la música de Henry Mancini, elegante y con un cierto tono de melancolía mientras acompaña la evolución de la pareja protagonista, por lo que resulta un personaje más de la propia película. De hecho, para Mancini fue su mejor trabajo. Yo solo puedo añadir que estoy muy de acuerdo con él, no me canso de escucharla.
Revisitando esta joya – que ganó la Concha de Oro del Festival de San Sebastián- para preparar el artículo, no puedo dejar de pensar en los riesgos que asumieron muchos de los que la hicieron posible, y también cómo la disección de una pareja en crisis puede ser contada de una forma aparentemente delicada y grácil sin perder su esencia. Sólo veo un defecto a Dos en la Carretera: al ser un “fresco” sobre la deconstrucción de una pareja, hará reflexionar a matrimonios o parejas con un recorrido previo a sus espaldas, y eso, amigos, si van a ver la película, no deja de ser un riesgo (aunque indudablemente merezca la pena).