Sigmund Freud dijo una vez: «No puedo pensar en ninguna necesidad de la infancia tan fuerte como la necesidad de protección de un padre«.
Debería ser harto difícil permanecer impasible ante el sufrimiento y el abandono infantil, sobre todo aquel que se produce en lugares asfixiados por un conflicto bélico. En este contexto de violencia cruel e indiscriminada, miles de niños pierden a sus padres y quedan a merced de las fauces de la guerra, ese demonio creado por el hombre que arrebata el alma, la conciencia y la vida.
El director belga Joachim Lafosse, apoyado en el sólido guión de Zélia Abadie y Bulle Decarpentries, nos sitúa en Chad, donde la guerra civil ha dejado huérfanos a miles de niños. La ONG Move for Kids, liderada en el terreno por Jacques Arnault (Vincent Lindon), llega con la misión de rescatar y sacar del país de manera clandestina a 300 de esos niños para llevarlos a Francia, donde serán adoptados por varias familias. Para ello, deberán engañar a parte de la población haciéndole creer que han llegado para quedarse durante mucho tiempo, período en el que cuidarán de los huérfanos.
Los caballeros blancos (Les chevaliers blancs, 2015) que supone el sexto largometraje de Lafosse y que pudo verse en la Sección oficial del Festival de Cine de San Sebastián donde ganó el Premio al Mejor director, pone de manifiesto muchas de las virtudes del realizador belga cuya propuesta narrativa, seca y realista, le da a la película un formato casi documental. El interés del realizador por los recovecos del pensamiento y el tratamiento del drama humano desde una perspectiva intimista antes que grandilocuente, se refleja nuevamente en este film que utiliza la cámara nerviosa del director de fotografía Jean-François Hensgens, para remover conciencias e intimidar con la difícil disyuntiva que plantea el guión, encrucijada que, según avanza el metraje, se revela más compleja y arriesgada.
La honestidad de la dirección de Lafosse y el buen estado de todo el reparto, abanderado por un Vincent Lindon realmente convincente, trasladan al espectador de manera sincera y contundente la inevitable pregunta, esa que cuestiona el modo en el que algunas organizaciones no gubernamentales deciden sacar a estos niños en peligro. En Los caballeros blancos, es esa arriesgada decisión la que funciona como amenazante artefacto explosivo, situándose entre los protagonistas y el público. Alrededor de ese elemento disruptivo, polémico y peligrosamente discutible, pivotan la ética y la moral, la responsabilidad y la valentía. El film establece la posibilidad de que estas particularidades sean vasos comunicantes, por lo que la controversia no solo mina gravemente al grupo de cooperantes, sino que golpea directa y ferozmente al espectador.
De esta manera, Los caballeros blancos se convierte en una película indispensable por su desgarradora e irrefutable humanidad. No obstante, es su capacidad para revolver nuestros pensamientos sin manipularlos, lo que la convierte en un trabajo de gran valor. Joachim Lafosse firma una película implacable que habla de que el fin puede justificar los medios, o de que quizá no. Nos enseña las causas que desencadenan los actos, también sus consecuencias. Habla de osadía, de arrojo, también de límites, aunque nos propone preguntarnos a nosotros mismos dónde deberían estar.
Lo mejor: golpea las conciencias, invita al pensamiento y al debate.
Lo peor: las graves dificultades que siempre asolan a la ayuda humanitaria.