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Cine Documental

I’m Burning: Arder desde las cenizas

Más de un año de duro trabajo es la principal materia prima de todos los monumentos erigidos en la capital del Turia durante la semana de las Fallas. Construcciones variopintas que colapsan la ciudad en una suerte de laberinto de arte y festividad; algunas de tamaño mastodóntico, otras cargadas de diminutos detalles; muchas lucen fantasía e imágenes oníricas, otras apuestan por iconos satíricos y crítica ácida de actualidad. Ninguna de ellas, en cambio, es capaz de vencer al destino inherente a su creación: arder en las manos del elemento natural más venerado desde tiempos inmemoriales. El rojo fuego, tan amigo de la curiosidad del homo y sus mitologías como enemigo en sus temores, resulta ser el protagonista cada 19 de marzo consagrando una tradición cuya edad y origen siguen siendo alimento de diferentes estudios, pero que sin duda ha mutado convirtiéndose en uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad, seguramente más por su espectacularidad que por su espíritu cultural.

En este punto surge una duda, extensible fácilmente a muchos otros ámbitos coetáneos; ¿estamos desvirtuando el folclore y su significado en favor de producto fastuoso y de explotación de masas? Quizás en busca de una respuesta a esta cuestión, Andreu Signes recogió el encargo de documentar el trabajo de los artistas falleros Miguel Arraiz y David Moreno con el cual perseguían una vuelta al origen –incierto- de la tradición involucrando al pueblo en la construcción de una falla conceptual desmarcada del hábito establecido, en la que la labor social y la participación vecinal fueran fundamentales. Casi como del inicio de un mito entorno a la vivacidad del fuego se tratara, este pequeño documental se convirtió en lo que hoy es I’m Burning (2018) gracias a la fantástica conexión que esta falla creó con Crimson Rose, co-creadora de Burning Man, el festival de arte efímero más importante del mundo celebrado cada septiembre en Black Rock City, el corazón del desierto de Nevada.

 

Los primeros contactos entre ambas culturas, adoradoras del fuego en la reducción a lo constitutivo, resultaron tan fructíferos que el instinto del cineasta impidió cesar la filmación de la historia. La evidencia de que el único guion escrito para el metraje es aquel que quiso redactar el azar aparece en la propia incertidumbre de conocer dónde ha de marcarse el punto final del documental. Signes intentó documentar todo lo posible entorno los viajes de Rose a Valencia y su visión del vínculo cultural, también las discrepancias de las que aprender, mientras seguía de cerca el encargo recibido por los falleros para el cual relanzaron su investigación sobre la esencia de la tradición animados por el espíritu del Burning Man, lo cual dio como resultado la odisea de la primera falla valenciana en el desierto estadounidense. Una historia que consigue atraernos, dejándonos llevar en un viaje casi experimental, mostrado con un montaje zigzagueante entre fechas que perdería a más de un espectador por el camino si no fuera por la calmada y profunda narración de la propia Rose, extraída de alguna de sus charlas y aliento del lazo sustancial que pliega el espacio de 10.000 kilómetros. El conjunto generando posee una materia introspectiva que asombra a quien esperaba un documental puramente ilustrativo de las festividades.

I’m Burning es la historia de un camino con una meta sacrificada ante el Dios fuego una vez alcanzada. El fin no es más que el inicio: debe ser reducido a cenizas para volver a reinventarse cual ave Fénix, generando nuevas vías de creatividad y desarrollo en un continuo círculo de experimentación. Durante la evolución de su leve metraje encontramos diferentes capas susceptibles de lectura. Vemos cómo la particular ciudad intermitente de Nevada aprende poco a poco -en sus escasos 30 años de vida y con cierto lugar para la incoherencia- a perfeccionar sus rituales y expresividad gracias a vínculos como el establecido con Valencia, mientras que una tradición con más de 200 años toma un respiro para sentirse reflejada en un lugar lejano que comienza su camino, reflexionando de esta forma sobre la necesidad del conocimiento conceptual del origen para ser capaz de mirar de frente al significado y los valores de las llamas con las que festejan cada año, ambos perdidos en algún punto de la grandilocuencia contemporánea y la falta de percepción de la fugacidad vital. La curiosidad innata en su forma, así como su resolución casi filosófica, hacen que destaque como una suerte de documental al que augurar un exitoso recorrido internacional, esperemos que pronto también distribuido fuera de pequeños festivales: ¿alguna plataforma VOD?

Por Carlos Durango
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