Diez años, una década, la misma que ha visto viajar el Dakar de África a Latinoamérica, los mismos años desde que la crisis económica global se hizo patente. Diez años en los que, por ejemplo, a Fidel Castro le dio tiempo a renunciar al cargo, ver como su hermano maneja los designios del país, que Obama le guiñase un ojo, y finalmente irse allá dónde el destino le haya mandado. Y sí, hace 10 años que AMC estrenaba una producción que iba a ser el santo y seña de la ficción televisiva en las siguientes temporadas. Breaking bad, Walter White, Jessie Pickman, Skyler o el cuñadísimo Hank entraban con toda su metanfetamina, con sus altas dosis de humor y con su potente carga dramática y de acción en nuestros hogares, y se quedaban allí para siempre, cocinando en su caravana, o corriendo en calzoncillos por el desierto, huyendo de la DEA, cuando el enemigo estaba al otro la do de la frontera, y más adelante en suelo patrio, en forma de banda neonazi.
Es duro escribir de alguien que te ha acompañado en diferentes momentos de tu vida, moviendo dentro de ti los instintos más bajos, aquellos que sólo se estimulan cuando las razones que los azotan están más cercanas a experiencias inolvidables que a la mera rutina. Por eso lloramos al homenajear a un amigo que acaba de fallecer, o nos estremecemos cuando nos ponen en brazos por primera vez a un hijo. Y por eso no es sencillo hablar de algo que no es una cuestión de vida o muerte, sino algo aún más importante. Breaking Bad llegó en un momento en el que muchos empezábamos a sentirnos huérfanos después de despedir Los Soprano y The Wire, las series que hicieron de este género un clásico. Desconfiábamos de las siglas, pasábamos de HBO a AMC, y sin embargo, desde el piloto hasta Felina, BB se ha afianzado como el mejor producto de su generación.
Ante este décimo aniversario, vamos a recorrer las diez razones que hicieron de Breaking Bad historia de la televisión:
Vince Gilligan
Resulta paradójico que los mejores creadores de ficción que hoy por hoy esparcen su talento en la ficción se hayan recluido en la televisión, un medio denostado durante décadas por su falta de profundidad y presupuesto. Gilligan, después de foguearse en la inolvidable Expediente X (The X-Files, 1993), se lanzó a la piscina con un guion propio y elaborado, como antes habían hecho David Simon o J.J. Abrams. Larga vida a los creadores que, aunque se le cierren todas las puertas, son capaces de perseverar hasta que se reconoce el valor de su trabajo. Y a Gilligan le costó, pero finalmente encontró el vehículo que más se acomodaba a sus intenciones en AMC.
AMC
Showtime, TNT e incluso la propia HBO rechazaron de plano el proyecto, bien porque ya tenían series de una temática parecida, bien porque no lo veían como algo fiable. AMC, no sin condiciones, se involucró en el sueño de Gilligan. Y más que eso, después de ver el éxito inicial de la serie, decidió que no repararía en gastos, dando carta blanca a los realizadores para gastar tanto como quisieran, hasta el punto de que muchos de los episodios de BB han resultado más caros que los de otras producciones AMC, como Mad Men (2007).
Fotografía
Estamos ante una de las razones que hicieron de BB una serie inmortal. El director de fotografía, Michael Slovis revienta la paleta de colores contra la pantalla. Cada escenario, cada ambiente, cada personaje tiene su propio ángulo. La pegajosa luz del sol del desierto en las maratonianas jornadas de trabajo de Walter y de Jesse se suavizan con pesados filtros que hace que sudemos igual que los protagonistas dentro de sus monos de trabajo. Algún día se enseñará en las universidades el tratamiento de la luz y el color en BB, si es que no se está haciendo ya.
Armonía en los géneros
Breaking Bad nace con una vocación de drama cómico, contándonos los problemas que se encuentra un enfermo de cáncer, con un sueldo a la baja, cuando decide poner su privilegiado cerebro al servicio de la producción y venta de metanfetamina. Y entre las labores del hogar, las revisiones médicas, las meteduras de pata de su cuasi adolescente socio y las situaciones límite a las que le lleva que su cuñado sea uno de los jefes de policía de la ciudad, hace de la situación trágica un modelo de enredos a la altura de los mejores guiones de Billy Wilder. Sin embargo, el éxito, la ambición y todas las pulsiones humanas relativas a los pecados capitales, reconduce la trama hacia un oscuro callejón en el que habitan las caras magulladas, los miembros amputados y la cruda realidad. Gilligan no se presta a finales felices, ni lavados de cara para sentar la historia en los pilares del sueño americano. Lo machaca en un mortero, lo devasta en una escena que apenas dura los dos minutos, y que está recogido en el episodio que traza el punto de no retorno en el carácter de Walter White: Phoenix.
¿Quien es el bueno? ¿Quien es el malo?
Muchas veces reducimos a estas premisas maniqueas el carácter de los personajes. BB ahonda en el alma de todos y cada uno de los desgraciados que pasan por la cámara, escarbando en lo más bajo de sus personalidades. Nadie escapa de sus pecados, al igual que nadie se redime por sus samaritanos actos. No hay karma, ni segundas oportunidades. Podemos ver a una genial mente del crimen como Gustavo Fring como un amigo fiel o como un despiadado asesino. A Walter White convirtiéndose sin necesidad de luna llena en un pavoroso Heisenberg, a una Skyler devota y tradicional como una infiel cómplice de las devastadoras acciones de su moribundo marido…y así hasta llenar la lista de todos y cada uno de los personajes que han desfilado por la cámara de Gilligan. Porque eso sí, el guion, el argumento, la historia, no tiene fisuras.
Argumento
Los creadores de Perdidos (Lost, 2004) puede que concibiesen la serie tal y como la desarrollaron para la televisión, pero está claro que muchos de los episodios que nos tragamos los acérrimos defensores de la ya mítica serie, sentimos que JJ y sus guionistas habían improvisado ante la mastodóntica tarea de contentar a su legión de seguidores. Incluso otros productos de calidad como Mad Men parece que muchas veces no se sabe bien donde van. BB es un producto identificable en cada frase, en cada giro de guion y en cada personaje. No hay nada al azar, no hay apariciones imprevistas, ni finales en los que todos están muertos. Es redondo como la cara de Paquita Sals.
Secundarios
Un mujer embarazada en avanzada edad, un hijo con parálisis cerebral leve, un cuñado que promociona para ser uno de los agentes más duros de la DEA, una cuñada cleptómana y chafardera, de esas que no te gustaría que leyese tu Whatsapp. Narcos elegantes, narcos sanguinarios, narcos con aroma a Channel nº5, narcos nazis, viejos en silla de ruedas con más poder para herir que el Enola Gay, gemelos hipervitaminados a base de pólvora y creatina. El impresionante Mike Ehrmantraut interpretado por Jonathan Banks (y al que ahora disfrutamos en el magnífico spin off Better Call Saul). Los vemos en casa, los vemos en el laboratorio, en la intimidad, en la muerte y resurrección
Jesse Pinkman
No sería justo no destacar por encima del resto de personajes al Sancho de Heisenberg, al socio de Walter White. Un personaje que no para de crecer a base de hostias, desencantos y expectativas defraudadas. Un simplón chaval de su época, más preocupado en meterse y follar que en labrarse un futuro dentro de la ley. Una marioneta con vida propia, a la que Heisenberg agita los hilos. A Aaron Paul, empachado de premios, le va a costar mucho deshacerse de su imagen del joven Pinkman.
Heisenberg
Sí, un científico alemán brillante, que trabajo con los nazis, pero que, según parece, boicoteo todos los esfuerzos de estos por desarrollar su potencial nuclear. Walter White escoge este nombre para introducir el pavor en los miembros de todos los que con él negocian. Es el reflejo de la maldad. Es el Moriarty de Holmes, es el Tanatos de Eros, es el hueso en la aceituna cuando te estás comiendo una pizza. No se detiene ante nada, su confianza en el acierto es directamente proporcional a su éxito. Heisenberg es la oscuridad en el desierto, es el hombre cotidiano que entierra a sus víctimas en el jardín de casa, y luego invita a los vecinos a una barbacoa. Un personaje inmortal al que Bryan Cranston dota de un alma tenebrosa, y excitante. Un tifón que arrasa todo a su paso. Un Atila violento y brillante.
Walter White
Era muy difícil prever que con tan poco tiempo de diferencia, surgiese de lo más profundo de la caja tonta un carácter, una personalidad y una presencia tan rotunda como la que tan solo un año antes se había ido con Tony Soprano. Un Ulises moderno, una mente privilegiada que rema en una sola dirección, pero a quien los dioses no quieren hacerle fácil el camino (desde la Odisea, cualquier creación es viaje). Desde su incursión en el oscuro mundo de la droga, hasta convertirse en un capo sin rostro, se enfrenta a todos los enemigos de la razón posibles, abandonando su enfermo cuerpo para habitar el de un maquiavélico personaje que pasa de regalar fideos chinos a sus ¿mejores? amigos, hasta amenazarles con una persecución a muerte durante el resto de su existencia si no cumplen sus deseos. Un hombre de familia, un gris profesor de instituto que descubre que equivocó su profesión cuando no eligió la de delincuente. Un adicto a la adrenalina incansable. Un icono ya del siglo XXI. De Bryan Cranston, su intérprete, no vamos a decir nada, la vida, en su justo juicio, ya le está regalando una vejez entre los más grandes. El lugar exacto donde se ha merecido estar.