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Cine norteamericano

Belleza oculta: El drama navideño se expone

Desde que el blanco y negro abandonara los anuncios de la Lotería de Navidad y, tras él, hicieran lo mismo el nostálgico vals de Doctor Zhivago (1965) y el emblemático “calvo de la lotería” (Clive Arrindell), las diferentes campañas que han ido pasando por nuestros televisores año tras año para anunciarnos el sorteo más famoso de nuestro país han sido muy variadas. La de estas navidades nos cuenta la historia de una señora que cree poseer el número ganador, cosa que no es cierta pero que todo su pueblo decide no desmentir para no acabar con la felicidad de la ilusionada anciana. Aunque resulte risible, Belleza oculta, el último trabajo de David Frankel, tiene mucho más que ver con el enredo de este simpático pueblo de lo que trata de hacernos creer su épico tráiler. De hecho es lo mismo… pero al revés: Howard Inlet (Will Smith) se encuentra tocado anímicamente por la muerte de su única hija y, aunque él considera estar cuerdo, sus amigos tratan de hacerle creer que está loco (aunque el personaje de Edward Norton diga que no, eso es exactamente lo que hacen) por motivos de dinero; eso sí, en este caso la ilusión es lo primero que muere.

Nos encontramos ante un producto que, por su envoltorio –un plantel de caras archiconocidas, un tráiler emotivo y un cartel de imágenes nebulosas y miradas que no se encuentran–, podría venderse como un regalo navideño, como uno de tantos films estadounidenses que cada año por estas fechas plagan las carteleras de los cines para recordarnos que la navidad es para pasarla junto a los que queremos y que no hay mejor momento para luchar por nuestros sueños. El embalaje es exactamente ese, pero el contenido del paquete no es tan esperanzador, y no porque se trate de un drama, sino por la torpeza de la propuesta: el tratamiento es más propio de una comedia, buscando banalizar e incluso dar comicidad a los moralmente dudosísimos actos de los tres personajes interpretados por Edward Norton, Kate Winslet y Michael Peña. Además, el guionista Allan Loeb parece empeñado en no dejar personaje sin drama propio, a pesar de no llegar a ahondar en ninguno de ellos; resulta obvio el interés en que sintamos empatía por todas sus creaciones, casi tanto como la constante presencia de la música a lo largo de la película y su deseo de emocionarnos (otra cosa en común con el mencionado anuncio de lotería).

A pesar de toda esta ingenuidad que parece no tomar muy en serio al espectador, y muy probablemente impulsada por ella, es justo admitir que la pieza goza de una premisa argumental cuya originalidad permite dar voz a abstracciones tan indomables como lo son el tiempo, la muerte e incluso el amor, y que deja algunos diálogos y frases dignos de ser enmarcados –si obviamos la pompa y las altas dosis de azúcar (refinada, por supuesto)–. El elenco, encabezado por Will Smith (a los actores ya mencionados hay que sumar los nombres de Keira Knightley, Jacob Latimore, Naomie Harris y la oscarizada Helen Mirren), solventa el trámite de una manera tan correcta como se espera de ellos, si bien es cierto que el haber profundizado más en la supuesta locura del protagonista o en los traumas de cada personaje podría haber arrojado algún destello interpretativo más memorable. La cinta se permite un final que parece reservado para otro tipo de cine, uno de esos desenlaces que camina, temerario, sobre el fino alambre que separa la genialidad del escepticismo y que, en cualquier caso, sorprende por su originalidad y por el valor que supone cerrar un trabajo tan convencional por medio de un clímax tan adogmático.

Lo mejor: la idea de personificar el tiempo, el amor y la muerte.

Lo peor: la ingenuidad general del argumento.

Por Martín Escolar-Sanz
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