Hemos elegido 10 películas del Atlántida Film Fest como lo mejor de un catálogo del que aún podréis disfrutar. Hasta el 27 de agosto, la plataforma FILMIN mantiene el fabuloso desfile de trabajos que este año han vuelto a demostrar el acierto de la programación del certamen. Ahí van.
Tench (Muidhond, Patrice Toye, Bélgica, 2019)
En este drama belga, la directora Patrice Toye incurre en todos los riesgos que a menudo ahuyentan a quienes pretenden rodar un largometraje sobre la pederastia: adopta el punto de vista del abusador y le humaniza hasta el punto de convertir el visionado de Tench en una experiencia de lo más incómoda. Hubiera sido fácil demonizar a este personaje, dotarlo de un físico desagradable e incluso retratarlo como un viejo deseoso de carne joven que profanar. Sin embargo, Toye opta por mostrar la lucha interior de un veinteañero que se siente atraído por su jovencísima vecina e intenta combatir sus impulsos por todos los medios posibles. En este sentido, se evita el enjuiciamiento del protagonista, merced a una descripción muy difusa de sus antecedentes, y se prescinde de situaciones sensacionalistas que puedan frivolizar sobre un tema tan delicado. Invita a la reflexión y rompe esquemas. Por Carlos Fernández Castro
La mafia ya no es lo que era (La mafia non è più quella di una volta, Franco Maresco, Italia, 2019)
El realizador Franco Maresco, que ya transitase por la telaraña mafiosa y las conexiones ¿inesperadas? entre personajes relacionados con ella en Belluscone. Una storia siciliana (2014), vuelve al mismo terreno para ponernos de nuevo en la encrucijada de preguntarnos si lo que estamos viendo es real. La solución a esta pregunta no llega tan pronto como podría, pues es difícil discernir si no hay nada ficticio en una crónica llena de momentos surrealistas y personajes esperpénticos. Así de crudo está el panorama en un sur de Italia singular y muchas veces incomprensible, donde muchos de los que allí habitan afirman llevar la mafia (o su concepto) en el ADN. Al final, y viendo el tragicómico y punzante trabajo de Maresco, será posible que muchos se pregunten: ¿tienen razón?. Por Javier G. Godoy
Normal (Adele Tulli, Italia, 2019)
En su empeño por esclarecer los parámetros de normalidad que rigen los roles de género, Adele Tulli consigue ironizar con dicho concepto al desvelar el sexismo que impera en la sociedad italiana. Desde la infancia a la edad adulta, quedan recogidas ante la cámara evidencias de cómo el desarrollo identitario está sujeto a prácticas sexistas, estereotipadas y convencionales que fijan códigos de conducta distintos para hombres y mujeres. Tulli se sirve del montaje para confrontar ambas realidades (diferentes según el género) estableciendo un diálogo entre sus propias imágenes. Una panorámica desalentadora que, paradójicamente, tiene su mayor atractivo en el estilo visual (de impecable belleza) con que la realizadora registra la cotidianeidad: la armonía y proporción como valor fundamental del plano (a partir de la repetición y el orden de distintos elementos) y la destreza para encuadrar la realidad acortando distancias. Una mirada crítica que cuestiona la legitimidad de las conductas desde el respeto. Por Cristina Aparicio
A Son (Bik Eneich, Mehdi M. Barsaoui, Túnez, 2019)
Película tunecina que juega con el thriller, el cine social y el drama familiar, sin dejar de lado un contexto político lo suficientemente relevante como para ser ignorado: la revolución del jazmín y la guerra de Libia del 2011. El debutante Medhi Barsaoui emula la estrategia habitual de Asghar Farhadi y construye una historia trepidante en la que los giros de guión se amparan en unas circunstancias políticas y sociales que ayudan a radiografiar la situación del país. Llama la atención la armonía entre el fondo y la forma del film, así como la gestión narrativa de su guión, que se bifurca para retratar la separación de un matrimonio y potenciar la tensión narrativa a través del clásico «salvamento en el último minuto». Rica en matices psicológicos y morales, Un hijo no pierde la oportunidad de criticar algunas de las leyes del país y de recordar el largo camino a recorrer hasta conseguir la igualdad entre hombre y mujer. Por Carlos Fernández Castro
This Is Not a Movie (Yung Chang, Canadá, 2019)
Una de las impagables labores del cine documental es la de acercar al público la trayectoria de muchas personas que, en su profesión, resultan un ejemplo. Sin duda, la figura del periodista Robert Frisk merece dos horas de nuestro tiempo, pues su intachable carrera es el fruto de una pasión imparable además de un idealismo sorprendente. Frisk se ha postulado a lo largo del tiempo como un reportero de guerra esencial, cuyos valores, intactos hasta el día de hoy, lo han llevado a convertirse en una vaca sagrada de la profesión y un trabajador incansable. Es por esto que el documental de Yung Chang es uno de los trabajos más interesantes de un festival, el Atlàntida, siempre comprometido con los problemas que acucian a una sociedad tan compleja como la nuestra. Por Javier G. Godoy
A Voluntary Year (Das freiwillige Jahr, Ulrich Köhler y Henner Winckler, Alemania, 2019)
Estupenda película alemana que apuesta todas sus cartas al realismo de situaciones perfectamente reconocibles y no por ello carentes de un alto contenido dramático. En primera instancia, no parece excepcional que una adolescente pierda adrede un avión para sustituir su año de voluntariado por una aventura con su novio. El miedo a situaciones nuevas, la ansiedad de pasar mucho tiempo sin la persona amada, la asunción de nuevas responsabilidades, la necesidad de decidir por uno mismo y un largo etcétera de incertidumbres que acechan en la transición entre la adolescencia y la edad adulta. Nada nuevo bajo el sol si los directores no hubieran planteado un cambio de protagonista cuando el espectador ya se había identificado con la pareja. En lugar de señalar a la juventud como responsable de los males de nuestra sociedad, A Voluntary Year gira su foco hacia un padre inmaduro, intolerante e intransigente que simboliza a toda una generación que no ha sabido transmitir un legado adecuado a los tiempos que corren. Una película que recurre a la realidad para interpelar a su público e invitarle a una reflexión incómoda sobre la Europa que estamos construyendo. Por Carlos Fernández Castro
System Crasher (Systemsprenger, Nora Fingscheidt, Alemania, 2019)
La apabullante interpretación de Helena Zangel, de tan solo 12 años, es parte del huracán al que la directora de System Crasher somete a un espectador boquiabierto ante tanta energía cinematográfica. Los traumas infantiles, la irresponsabilidad y cobardía paterna y la incapacidad del sistema médico y educativo de encauzar la amenazadora rebeldía de esos «niños perdidos», son los lugares por los que atraviesa una película fenomenal. Su narrativa, honesta y moderna, convierten sus más de dos horas de duración en un fogonazo de realidades desesperanzadoras a la vez que plantea la posibilidad de una revisión profunda no solo de las filosofías educativas, sino del concepto de estructura familiar y las durísimas consecuencias de una construcción fallida de la misma. Por Javier G. Godoy
Dirty God (Sacha Polak, Países Bajos, 2019)
«Creí que era amor.» Con estas palabras se excluye de la narración cualquier imagen del pasado de Jade; no hará falta retroceder para buscar las explicaciones que lleven al presente de esta joven desfigurada. Este es el punto de partida de Dirty God, el momento en que la protagonista se refleja (sutilmente) en un cristal donde cobra más fuerza la ciudad que está tras él, el lugar al que regresar tras haber sufrido y cambiado. Sacha Polak aborda las secuelas de la violencia machista sin complacencia ni victimización, dejando al espectador ante la realidad de Jade: un complicado proceso de reconstrucción personal sin más asideros que un frágil estado emocional, un cuerpo quemado y una difícil situación familiar. Destaca la manera en que Polak muestra las heridas de Jade ante la cámara, sin pudor, con firmeza, dejando respirar a la piel a través del plano. Una fisicidad que traspasa la epidermis rescatando la humanidad que transpira en cada poro. Por Cristina Aparicio
The Souvenir (Joanna Hogg, Reino Unido, 2019)
The Souvenir parece el trabajo de una persona que ha querido poner en práctica todas las enseñanzas aprendidas en la escuela de cine, así como los consejos «extraescolares» que ha ido apuntando a lo largo de su formación. Joanna Hogg parece decir: «no lo hice en su momento, pero lo hago ahora». Y lo que acomete en esta última obra es una suerte de autorretrato de juventud en el que recuerda cómo se forjó la directora y la persona que en su edad adulta presentaría la película que nos atañe en este texto. The Souvenir se bifurca en los dos impulsos que guían la vida de una joven estudiante de cine: su formación como cineasta y una tortuosa historia de amor que marcará tanto su vida personal como su creatividad artística. Estamos ante una obra extrañamente magnética y un tanto masoquista que reflexiona sobre la inocencia de quien se enamora por primera vez y de quién empieza a fijar los cimientos de lo que será su personalidad artística. Hogg recurre a los reflejos, los espejos y a una magnífica gestión del espacio narrativo para hablar sobre los engaños, las dudas existenciales, las ambigüedades y los enfrentamientos entre un adicto a la heroína y una persona que cada día ama como si fuera el último. The Souvenir es ese tipo de obras sobre el pasado que solo se pueden acometer con la madurez del presente. Por Carlos Fernández Castro
Bait (Mark Jenkin, Reino Unido, 2019)
Rodada en 16 mm y en un blanco y negro expresionista de fuerte contraste, Bait es una apuesta avezada en todos los sentidos. En primer lugar por su forma, conclusión de una decisión estilística arriesgadísima y, a día de hoy, podría decirse que rompedora. El cine actual parece no contemplar los formatos pasados, como si estuviese prohibido utilizarlos. En segundo lugar por su fondo, una reflexión sobre lo nuevo y lo viejo, las tradiciones y las nuevas formas de gentrificación como su azote. Esa confrontación se plantea en un relato lleno de primerísimos planos, un montaje que recuerda al de los maestros franceses de la Nouvelle vague y una música y sonidos que transitan entre lo diegético y lo extradiegético sin acabar de situarse definitivamente, como su historia. Bait es un placer para ese espectador agradecido ante toda forma de narración pretérita que plantea asuntos de lo más actuales. Por Javier G. Godoy