La cámara recorre, nerviosa y excitada, la emblemática noche de Nueva York al ritmo de la maravillosa I happen to like New York, de Col Porter e interpretada por Gary Short. Un bello inicio para Misterioso Asesinato en Manhattan (Manhattan Murder Mystery, 1993), una de mis películas favoritas y mi preferida de su director, Woody Allen (Nueva York, 1935).
Se dice que Frank Sinatra estaba obsesionado con que nunca se notase “el esfuerzo” a la hora de cantar. Lo importante para él era interpretar y transmitir, de ahí su estilo elegante y ligero, incluso por encima de su prodigiosa voz. Esta anécdota siempre me viene a la mente cada vez que veo Misterioso Asesinato en Manhattan. La razón es que, bajo esa apariencia de comedia deliciosamente neurótica, que parece remitirnos al Allen más cómico de los inicios de su carrera, rugen temas profundos y existenciales, habituales en la filmografía del director, tales como la crisis de la pareja o de la edad madura.
La película narra la historia Carol y Larry, un matrimonio de edad madura y clase acomodada. Larry edita libros de éxito y Carol necesita un vuelco en su vida, por lo que tras la muerte repentina de su vecina de apartamento, se embarca en una delirante aventura para demostrar que ha sido asesinada por su marido. El argumento y la propia película tienen claras reminiscencias a La Ventana Indiscreta de Alfred Hitchcock (Rear Window, 1945).
Uno de los principales aciertos de la película reside en su magnífico reparto. Imposible imaginar Misterioso Asesinato en Manhattan con otra pareja protagonista diferente a Diane Keaton y Woody Allen, que aquí actúan con una química tal que incluso supera, en mi opinión, la que ya se daba en Annie Hall (Annie Hall, 1977) quince años atrás. Casi al mismo nivel están las actuaciones de Alan Alda y Angélica Huston, que ya habían trabajado poco tiempo antes con Allen en Delitos y Faltas (Crimes and Misdemeanors, 1989) en lo que viene a ser una de las mejores elecciones de casting de su filmografía. Pero estas actuaciones no serían lo que son sin el magnífico guión del propio Allen y Marshall Brickman, coautor también de los libretos de El Dormilón (Sleeper, 1973), Annie Hall (1977) y Manhattan (1979), que resulta una historia muy bien estructurada, de ritmo trepidante, con secuencias cortas muy bien hiladas (algunas, memorables a la vez que desternillantes, como la escena de la parada del ascensor o la del chantaje “vía magnetófono”) y unos diálogos conscientemente atropellados, brillantes y agudos, pero que en ningún momento, y eso es mérito de un guión consistente, entorpecen la trama principal. No es casual, por tanto, que de entre todas las películas de Allen, quizá sea Misterioso Asesinato en Manhattan, la que contenga más quotes, frases y diálogos famosos que se han convertido en icónicas de toda la filmografía del director neoyorkino. Cómo olvidar aquella salida de la ópera de Keaton y Allen y éste quejándose porque “No puedo escuchar tanto a Wagner. Me dan ganas de invadir Polonia”.
Otros aspectos destacables de la película son su banda sonora, de la que ya hablábamos al inicio del artículo, con una selección de temas clásicos que casan muy bien con la atmósfera de la película; la fotografía de Carlo di Palma, otro de sus colaboradores habituales, que muestra una Nueva York lluviosa y melancólica, exponiendo lugares de los que ya somos cómplices, como el Elaine´s, el Madison Square Garden, Lincoln Center o El Café des Artistes, entre otros; el montaje, con mucho movimiento de cámara que recalca ese ritmo voluntariamente buscado y muy acelerado de la trama; y por último, y como en toda la obra cinematográfica de Allen, su amor por el cine, con guiños a obras maestras como Perdición (Double Indemnity, 1944) o La Dama de Shanghai (The Lady from Shanghai, 1947).
Y es por todos estos aspectos por los que Misterioso Asesinato en Manhattan resulta una comedia deliciosa, sencilla pero de calado, siendo una obra que, a diferencia de otras de Allen, no ha hecho sino crecer con el paso del tiempo afianzándose como una de sus mejores películas.
Evitaré resistirme a confesaros algo: no es sólo esta película es, por todo lo comentado en estas líneas, mi trabajo favorito de Allen, sino que es, con alguna otra película, canción o libro, un talismán contra los malos momentos. Cada vez que la veo, se produce un pequeño milagro. Una sonrisa aparece en mi rostro y ya no desaparece durante los 104 minutos que dura esta pequeña joya. ¿Y qué es la magia del cine si no esto?.
Por Vienna Guitar
@Viennalua
