Nunca llueve a gusto de todos, esta es una de las verdades más absolutas que se puede sentenciar. Pero la diversidad de opiniones se acentúa aún más si hablamos de un ámbito tan maravillosamente subjetivo como es el artístico; y dentro de él, el máximo exponente de los debates críticos es el cine, ya que se trata de la disciplina que menos respeto parece imponer a cualquier hijo de vecino a la hora de dar su opinión sobre la misma. Si a eso le sumamos el riesgo que conlleva tocar el romanticismo folklórico imperante en toda leyenda y la reticencia indudable de un público que se sentará a ver una historia mil veces representada anhelando –no esperando- encontrarse con la renovación del mito, llegamos a la conclusión de que no existe mejor ejemplo del refrán “meterse en camisa de once varas” que la adaptación que Guy Ritchie ha llevado a cabo del mítico relato del Rey Arturo y la espada Excalibur, y que llega esta semana a nuestros cines bajo el nombre de (como no podía ser de otra manera) Rey Arturo: La leyenda de Excalibur (King Arthur: Legend of the Sword, 2017). Si tenemos en cuenta todo lo anterior, no resulta difícil entender por qué la acogida de la crítica ha sido tan fría y demoledora, en cambio no fracasa en un aspecto que seguramente interese más al gran público (la taquilla) que a la crítica, y que bien podría ser el catalizador del proyecto: la esencia que emana a pieza inicial de un trabajo mucho mayor.
En un momento en el que el séptimo arte siente en el cogote el aliento acechante de las series televisivas, parece que las trilogías y sagas son la combinación ganadora de cara a la taquilla, y el señor Ritchie no solo parece tener esto muy claro, sino también la manera de llevarlo a cabo: su última película integra todos los elementos del conocido como “camino del héroe” o “viaje iniciático”, que son los nombres a los que responde el modelo estructural más repetido en los relatos épicos a lo largo de toda la historia. Este patrón argumental nos presenta a un personaje –generalmente varón- que vive feliz en una cotidianidad poco ambiciosa hasta que el destino llama a su puerta y, tras superar varias pruebas que le enfrentarán a sus temores y le ayudarán a conocerse a sí mismo, aceptará el papel de liderazgo y poder para el que realmente había nacido. Buenos ejemplos de este camino del héroe los encontramos en Matrix (1999) y La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977), films que, como todos sabemos, desembocaron en sagas –una de ellas la más importante y prolífera de toda la historia-, aunque también lo encontramos en películas únicas como Gladiator (2000). En el caso de Rey Arturo: La leyenda de Excalibur, su desarrollo argumental está dedicado a cómo el legítimo rey aprende a domar la magia de Excalibur –símbolo de su destino-, y si tenemos en cuenta que la mayoría de las leyendas artúricas están protagonizadas por un rey Arturo que empuña la mítica espada, no cabe duda de que se espera que este germen engendre secuelas… siempre y cuando la taquilla así lo dictamine, por supuesto, que a fin de cuentas es la que sienta cátedra.
Otra herramienta que el mismo director ha confesado utilizar para llevar al público a las salas es la ferviente locura por la magia, el Medievo y las criaturas fantásticas procedentes de la mitología celta, instaurada y propagada de forma casi pandémica por la exitosa serie Juego de tronos (Game of Thrones, 2011 -). Por lo demás, nada nuevo bajo el sol: secuencias de acción poco innovadoras en su realización que otorgan un buen ritmo a la cinta (la sombra de 300 (2006) es muy alargada), una ambientación que es muy difícil tomarse en serio, un constante halo gamberro que desemboca en chulería y algunas lagunas en un guión que carece de sorpresas aun contando su propia historia del rey Arturo.
A pesar de una interesante semejanza con el primer y probablemente mejor largometraje de Guy Ritchie –un grupo de novatos tratando de dar el palo al pez más gordo del pantano, igual que en Lock & Stock (Lock, Stock and Two Smoking Barrels, 1998) – y de unas trepidantes secuencias de montaje marca de la casa, el conjunto evidencia la falta de ideas de un creador al que nunca dejaremos de estar agradecidos por sus aportaciones al cine gang-noir de los años 90.
Lo mejor: El ineludible contenido fantástico, que gracias al despliegue de medios nos regala momentos realmente imponentes.
Lo peor: Si se va a contar una historia tantas veces narrada y tan querida por todos ha de hacerse con cuidado y/o tratar de aportar algo interesante.