Llamada a ser uno de los blockbuster del año nos llega X-Men: Apocalipsis la tercera parte de la saga-precuela de los X-Men y, al parecer, el universo en el que anda inmerso de corazón y alma Bryan Singer. El director, cuyo trabajo en la magnífica Sospechosos Habituales (1995) nos hizo albergar esperanzas de haber encontrado a un nuevo Scorsese o Tarantino, nos hace pensar en por qué demonios no se olvidará de superhéroes y demás personajes del Sci-fi y continua buscando su camino. Parece que ha decidido que su legado cinematográfico sea el dedicado, después de varias películas y varios años, a X-Men, poniendo todo su empeño como director, guionista y productor en la serie de Marvel, que viene a ser algo así como convertirse en un Stan Lee del mundo del celuloide.
La historia, con un comienzo bastante esperanzador, nos sitúa en el antiguo Egipto, en el momento que Apocalipsis, el primer y más poderoso mutante, es traicionado y sepultado hasta su resurrección en los años 80, momento en el que recluta a un grupo de mutantes para apoderarse del mundo.
Para todo el que no sea un ferviente seguidor de las películas o los cómics resulta una tarea difícil seguir todas las líneas argumentales que este nuevo largometraje abre y continúa, teniendo un resultado desigual que pasa por momentos interesantes, meramente entretenidos, y otros en los que uno desea que acaben y vayan a lo concreto de la historia. Destaco los momentos de Fassbender y su historia intentando hacer de Magneto un hombre normal, con una familia normal, con un trabajo normal que, sin embargo, se verá abocado a volver a la guerra. También Quicksilver, el personaje con un aire más cómico cuyas apariciones en algunos tramos restan dramatismo a la película, además del brutal cameo en la historia de Wolverine.
Singer fía todo al espectáculo consciente de que maneja un presupuesto brutal creyendo que la magia de los efectos especiales le va a solventar el entuerto, sin embargo, la historia se pierde entre tanta información y las tramas van quedando desdibujadas o cerradas de cualquier manera para forzar la llegada al desenlace. Por otra parte, el film también adolece de un villano carismático que imprima carácter a «los malos» y, por discriminación, también a «los buenos», muy a pesar de los esfuerzos de Oscar Isaac. En definitiva, X-Men: Apocalipsis no pasa de ser una película meramente entretenida con un metraje excesivo que el realizador neoyorquino parece no saber bien cómo resolver. Habría que recordar al bueno de Singer que no siempre más es mejor y que a veces menos es más.
Lo mejor: los momentos llenos de ironía y autoparodia de Evan Peters como Quicksilver.
Lo peor: su grandilocuencia visual prima sobre el flojo guión.