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Javier G. Godoy

Ana Karenina: Un despilfarro de belleza

El que no haya visto «Orgullo y Prejuicio» o «Expiación» se pierde dos grandes películas, y el que sí las haya visto, estará esperando esta adaptación de Ana Karenina como agua de mayo ¿Por qué? porque la dirige Joe Wright, autor de las dos joyas que os comento y porque es un director muy competente a la hora de combinar los elementos necesarios para crear una obra lo suficientemente épica como para que algunas de sus secuencias hayan quedado en nuestra retina.

Sin embargo, aquello lo logró en sus dos primeras películas, luego siguieron «El Solista» y «Hanna«, ambas películas medianas, sin gran trascendencia, aunque de buena factura.
Pues, si algo tiene «Ana Karenina«, es una factura impecable. Una elaboración exquisita que, paradójicamente, es su mayor virtud y su mayor defecto. Una especie de canibalismo artístico que oculta lo provechoso y lo inservible del filme, a partes iguales.

La historia de Ana Karenina (Keira Knightley), basada en la novela de Leon Tolstoi, es la de una mujer responsable, cumplidora y respetuosa con su marido (Jude Law), un alto funcionario ruso. Su imagen, impoluta entre la alta sociedad del país, se transforma al enamorarse del joven oficial Vronski (Aaron Johnson). A partir de este momento, la vida de Ana se convertirá en un laberinto de emociones difícil de controlar.

Joe Wright no escatima en riesgos. Decide contarnos esta historia como si de una obra de teatro se tratase y eso puede ser una especie de shock para el espectador, que puede sentirse incómodo y algo desubicado en los primeros minutos de metraje porque sí, choca, debo reconocerlo.
Sin embargo, no es una sensación duradera, se hace breve, nos acostumbramos rápido y al final no desafina tanto como podíamos llegar a pensar. Es arriesgado, pero no es del todo una mala idea, es vistoso y original (aunque ya lo hiciesen otros antes)

Seamos justos, la película es virtuosa en su diseño, tanto de producción como de vestuario (con su correspondiente y reciente Oscar para Jacqueline Durran), siendo, junto a «Los Miserables«, la gran destacada de la temporada en este campo. En este sentido, no tiene ningún pero, ya que la vistosidad es abrumadora a lo largo de todo el filme. Si a esto se le suma una partitura de gran nivel compuesta por el oscarizado Dario Marianelli y la poética fotografía de Seamus McGarvey, el resultado es una representación que en momentos resulta hipnótica, casi onírica.

Pero «Ana Karenina» se queda ahí, y no avanzará más allá de su capacidad para embelesarnos con esos recursos que comentaba anteriormente, olvidándose a medio camino de desarrollar la trama de una forma que atraiga y acabe atrapando al espectador y, aunque los hechos tengan fuerza por sí solos, se acaba perdiendo el interés a medida que avanza el metraje.

La película acaba convirtiéndose en un vals eterno, en un desfile de moda que agota por lo poco relevante de algunas secuencias que, desgraciadamente, se construyen sobre débiles cimientos interpretativos ya que el casting de «Ana Karenina» flojea por muchos lados.
Ni Jude Law, ni Aaron Johnson, incluso la esforzada Keira Knightley, consiguen trasladarnos de forma válida el drama en el que se encuentran inmersos. Un vigor que se agradece pero que no trasciende más allá del patio de butacas del teatro construido por el director Joe Wright.

Por Javier Gómez

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