El director argentino Pablo Agüero nos transporta hasta la Euskadi del año 1609, el que para muchos fue el Siglo de Oro español, un contexto en el que igual se perseguía a una persona por hacer tratos con el maligno, como se publicaba El Quijote o La dama boba. La película Akelarre (2020) trata sobre el encarcelamiento, interrogatorio y sentencia de un grupo de niñas y adolescentes acusadas de danzar para el diablo en noches de luna llena. Este manido argumento da a Agüero la excusa perfecta para poner sobre la mesa los problemas que históricamente han afectado a las mujeres, siendo juzgadas por cualquier comportamiento autónomo, convirtiendo su independencia en un atentado contra la moral.
Mientras los hombres de la comarca parten a la mar en busca del sustento familiar, los enviados del Rey y la Iglesia aparecen en este lugar recóndito del norte peninsular, en el que el paisaje de bosques y acantilados forja el carácter de su habitantes y el idioma es incomprensible para el ajeno. Encarceladas las jóvenes, la película avanza a través de los interrogatorios del tribunal y los momentos íntimos de ambos grupos, circunstancia que el director aprovecha para insuflar ritmo a la acción, que va creciendo según pasa el metraje. Aquellos marineros, símbolos masculinos de la protección de la desvalida mujer, nunca volverán del infinito mar para socorrer a las inocentes víctimas.
La puesta en escena de Agüero, la fotografía y la ambientación son exquisitas. Entre el largo elenco de actrices podemos destacar a una jovencísima Amaia Aberasturi, quien se adapta de maravilla a los saltos de carácter de su personaje, el dulce y cariñoso con sus amigas, y el de la mujer dura y tenaz frente al tribunal. Como juez inquisidor tenemos a Alex Brendemühl, un personaje cada vez más mortificado por sus propias fantasías, apoyadas en el poder y en un coro de acompañantes dispuestos siempre al elogio. Mención aparte para el joven Asier Oruesagasti en su papel de joven y cobarde padre Cristóbal, bordando su papel.
El tono de la película no es el de un drama sumarísimo, o el de la tragedia de estas jóvenes. Muy al contrario, el punto de vista es más reflexivo, e invita al espectador a ser él mismo quien juzgue los actos de cada personaje, si bien Agüero deja margen a escenas de una comicidad que llama la atención en la narración general del filme, aunque se agradecen estas inflexiones en su desarrollo.
Lo mejor: La ambientación y la fotografía, que proponen un paisaje idílico y salvaje.
Lo peor: Los clímax tienden al exceso, y de ahí al patetismo.