«Si te pregunto por las mujeres, supongo que me darás una lista de tus favoritas. Puede que hayas echado unos cuantos polvos, pero no puedes decirme qué se siente cuando te despiertas junto a una mujer y te invade la felicidad (…)»
Así comenzaba el discurso de Sean Maguire a su díscolo pupilo, El indomable Will Hunting, papel que otorgó a Robin Williams el Oscar a mejor actor secundario; por fin la estatuilla llegaba después de más que merecidas ocasiones: Good morning Vietnam, El rey pescador y/o, por supuesto, su John Keating en El club de los poetas muertos.
El actor americano ha acabado con su vida. Ironías de la vida que el hombre que nos ha levantado tantas veces el ánimo, bien por sus comedias, bien por sus papeles serios en solventes largometrajes, estuviera pasando por una depresión. No es la primera vez que este mal se lleva a un grande de la interpretación; Williams además sucumbió a las drogas en dos ocasiones. Clichés de Hollywood, mal que nos pese.
Una pena y un shock para todos los que poco a poco nos íbamos enterando de su muerte en la madrugada pasada. Twitter se abarrotaba de frames de sus películas acompañados de despedidas. Y es que Williams es un rostro que disfrutamos en los noventa, su década dorada – claro que antes y después tiene títulos para aburrir-. Diez años que dan cabida a blockbusters y a obras de culto. Despidámonos.
Adiós a descomunales personajes como Sean Maguire, Mr. Keating, Parry, o el Doctor Sayer de Despertares. Adiós al hombre de las mil muecas. Adiós a Popeye. Adiós al niño grande, como bien postulaban Hook y Jack (sí, la dirigió Coppola). Y cómo no, también Jumanji. Adiós al genio de Aladdin, donde dio rienda suelta a su gran capacidad de imitar voces. Adiós a Adrian Cronauer, locutor que daba los buenos días a Vietnam. Adiós Sra. Doubtfire, no se le puede olvidar vestido de anciana moviéndose al son del Dude (Looks like a lady) de Aerosmith. Adiós al Hombre bicentenario, esa loa que planteaba una vez más el dilema de las máquinas y los sentimientos. Y adiós al mentor de grandes futuros actores: unos jóvenes Matt Damon, Kirsten Dunst o Ethan Hawke compartieron escena con él. Adiós a un trozo del séptimo arte actual: desde manufacturas Disney de bajo grado tipo Flubber hasta el hombre desenfocado que dispuso Woody Allen en Desmontando a Harry. Y adiós a tantos y tantos más… Williams era capaz de todo.
Así que después de la extensa filmografía, para este día en el que la canícula aprieta se puede escoger cualquiera de sus trabajos y admirar a un gran intérprete. Elijan, que el repertorio es amplio (hoy nadie debe avergonzarse por ver Noche en el museo). Robin no merece menor ofrenda.
Aunque de lo que da ganas es de despedirle como ya lo hicieron. Porque no ha habido una partida igual: con esa sublevación emprendida por Ethan Hawke en un aula hace ya veinticinco años. Así que súbanse a las sillas y griten el inicio del poema de Walt Whitman: ¡Oh capitán! ¡Mi capitán!
