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Adiós a Lauren Bacall, una de las grandes del Hollywood dorado.

Una estrella de las de verdad, de las que van quedando muy pocas; una dama del mejor cine negro, del de Hawks, del de Huston, del de Bogart. Una mujer que con su belleza y su talento y juventud, encandiló primero a la mujer de Hawks, después a Hawks y por último y para siempre a Bogart. Fallece a los 89 años una de las últimas diosas del Hollywood dorado. Nos deja más de 40 películas para recordarla siempre, y algunas de ellas auténticas obras maestras junto a su amado Bogey.

Los años 40 son los años del primer cine negro, años en los que los grandes directores y los grandes representantes literarios del género, como Chandler, Hemingway y Hammet llevaban sus obras a la gran pantalla. Y así nace Tener y no tener, en 1944. Para el papel protagonista Hawks escogió a Bogart, que ya había hecho papeles similares anteriormente y que llegaba convertido en una grandísima estrella. El papel de la joven que le haría réplica era una incógnita. Por aquel entonces Betty Joan Weinstein Perske, Lauren Bacall más tarde, contaba con 19 años y era todo un bombón habitual de las revistas. Precisamente en la portada de una de ellas la vio la mujer de Hawks y se lo comentó a su marido, que siempre estaba buscando caras nuevas. Rápidamente Hawks contrató a Bacall y esta inició así su carrera en el cine sin imaginarse que el cine se lo iba a dar absolutamente todo.

Cuenta la misma Bacall en sus memorias que desde el principio hubo buen entendimiento con «Bogey», siempre de bromas y aprendiendo tanto de él, dice. Y un día llegó el primer beso. «Llevábamos ya tres semanas de rodaje y se acababa la jornada. Me quedaba una última toma y me había sentado en el tocador del camerino portátil a peinarme cuando entró Bogie a despedirse. Se colocó a mi lado, bromeamos como siempre y de repente se inclinó, me puso la mano debajo de la barbilla y me dio un beso«. Bacall y esto se deduce, alucinó un poco, porque Bogart tenía ya 45 primaveras, «era un hombre tímido y no el típico depredador. Se cuidaba de no tener un trato demasiado personal y llevaba fama de no tontear nunca con mujeres ni en el trabajo ni en ningún otro lado«. Normal por otra parte, estaba casado con su tercera esposa y ésta tenía fama de celosa patológica montapollos.

Así comenzó la historia de amor que al año siguiente les convirtió en uno de los matrimonios más unidos y estables de Hollywood. Tener y no tenerles unió para siempre e hizo que algunas de las escenas de la película se hayan convertido en todo un símbolo del amor, la pasión y la lealtad. Sobre todo aquella en la que la joven Bacall le dice a Bogart, «si me necesitas sílbame«. Supuso tanto para ellos, que cuando el actor murió por un cáncer de esófago en 1957, ella compró un anillo y grabó en él estas palabras. Fue enterrado con él, por si acaso la necesitaba. Años más tarde se volvió a casar, tiene tres hijos en total, dos de Bogart y uno de su segundo marido, pero aquel matrimonio no funcionó y la actriz nunca olvidó la pasión con Bogart.

Así lo hacía todo Bacall, con pasión abrumadora. Amar, actuar, reír, llorar, mirar, desconcertar con esos ojos y esa sonrisa… Esos ojos medio rasgados, esa mirada penetrante la llevó a convertirse en una de las más grandes divas de los años 40, 50 y 60. Y se hizo mayor y siguió trabajando, casi hasta el final. Entre su filmografía encontramos títulos como La senda tenebrosa (1947) y Cayo Largo (1948), también junto a Bogart (hicieron juntos cuatro peliculones de puro cine negro), Cómo casarse con un millonario (1953), Escrito sobre el viento (1956), Mi desconfiada esposa (1957), Asesinato en el Orient Express (1974) y ya en su última etapa El amor tiene dos caras (1996), por la que estuvo nominada al Oscar como actriz de reparto, y multitud de películas hasta superar las 40, e incluso aparición en series como Los Soprano. La última vez que la vimos fue en The Forger en 2012. Unos años antes, en el 2009 recibió, al fin, su Oscar Honorífico. Cumplidos los 85 , por fin la academia se había dado cuenta de que Bacall se merecía un Oscar. Deberían habérselo dado en 1944 cuando siendo casi una niña debutó al lado de la consagradísima estrella que ya era Bogart. Pero tuvieron que pasar 65 años. Su Oscar fue entregado fuera de la ceremonia en un acto en el que quiso homenajear al hombre de su vida y a tantos compañeros que ya no estaban presentes. Y lo hizo con su habitual sentido del humor, su gracia y su luz. Con la figura en la mano le decía al público, «cuando llegue a mi casa voy a tener a este pedazo de hombre en mi habitación, no puedo esperar, estoy ansiosa«.

En sus últimas intervenciones seguía demostrando ese sentido del humor y esa inteligencia que siempre la caracterizaron. Estaba descontenta con una parte de la industria del cine actual. Y se explicaba. Contaba que había ido al cine con su nieta a ver Crepúsculo. «Mi nieta me decía que era la mejor película de vampiros que había visto jamás, y cuando aquello acabó me apeteció aplastarle la cabeza con el zapato. Entonces le regalé Nosferatu (1922) y le dije, esto sí es una buena película de vampiros«. Las pelis de vampiros ya no son lo que eran, al igual que las estrellas de Hollywood. Nos quedamos, sin duda,  sin una de las más grandes y genuinas.

Por Lore Pérez
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