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70 Años del final de la II Guerra Mundial: lo que el cine reflejó.

Aquel devastador conflicto sirvió para que, desgraciadamente, grandes y conocidos directores, algunos con menos renombre y fama, guionistas de todo género y demás artistas del mundo del Cine, se viesen inspirados y con la necesidad de contar toda clase de historias sobre la Segunda Gran Guerra: sus claves, sus causas y sus consecuencias.

Cada redactor de REDRUM vamos a recomendaros algunas de nuestras películas favoritas sobre aquel enfrentamiento mundial que dejó más de 55 millones de muertos. No perdáis detalle.

LA LISTA DE SCHINDLER. Por Javier Gómez.

La película que coronó a Steven Spielberg como uno de los directores más importantes de todos los tiempos, dejó boquiabierto a medio mundo. El filme del director norteamericano no se andaba por las ramas a la hora de plasmar aquello que tan solo habíamos visto en algunos documentales y utilizaba la historia real de Oskar Schindler como hilo conductor para narrar el horror del Holocausto judío.

Paradójicamente, la dureza de algunas secuencias contrastaba con la belleza de la fotografía en blanco y negro de Janusz Kaminski, convirtiéndose en uno de los puntos fuertes del filme. Este enorme acierto ayudó a Spielberg a realizar un trabajo de dirección absolutamente brillante supervisando meticulosamente cada detalle de todo el metraje. Todos conocíamos su capacidad pero con La Lista de Schindler demostró que podía olvidar el exceso de sentimentalismo que lo había condenado frente a la crítica de Hollywood, logrando narrar aquellos terribles días con pulso firme y durante el tramo de su carrera más inspirado.

La Lista de Schindler es considerada una de las mejores películas de todos los tiempos. Una vez vista es imposible borrar de la memoria la obra maestra de Steven Spielberg que consiguió siete premios Oscar, incluido el de mejor banda sonora, una partitura magistral del archinominado John Williams.

EL GRAN DICTADOR. Por Lore Pérez.

Cuando Europa se encontraba sumida en el terror, aunque aún con la esperanza de una guerra rápida, Chaplin estrenó El Gran Dictador (1940), una película imperecedera cuyo discurso final se ha convertido en uno de los más brillantes alegatos contra el fascismo, el fanatismo político y en pro de la libertad, la paz, los derechos humanos y la democracia.

Chaplin sumaba un título más a su brillante carrera con esta sátira que mezcla a la perfección, comedia (de la mejor) con la denuncia de algo que ocurría en el corazón de la vieja Europa. Y comenzó a rodarla en el mismo mes en el que la Alemania de Hitler invadió Polonia, en septiembre de 1939. Chaplin dirigió, produjo, protagonizó y hasta compuso la música de esta obra maestra que además de hacernos reír pretendía obligarnos a reflexionar, y aún a día de hoy lo hace.

Pero Chaplin, que seguramente no se imaginaba la huella que dejaría esta película, no sólo se burló del nazismo, no sólo lo caricaturizó (magnífica la escena de Hynkell jugando con una bola del mundo como la que tenía Hitler) haciéndonos reír con escenas donde la poesía y la sátira se dan la mano. Además de eso hizo una declaración de principios defendiendo los derechos humanos, pidiendo la paz  y la libertad y condenando a los tiranos. Setenta y cinco años después del estreno de esta película, su mensaje sigue siendo igual de válido o más. «La codicia ha envenenado las almas de los hombres».

EL PIANISTA. Por David Peñaranda.

Una lata de conservas, un viejo piano, un emocionado nazi y unas temblorosas manos creando música de Chopin en mitad de la fría noche. Cine de muchísimos quilates para salvarnos del infierno.

Ahora que he tenido la suerte de revisitarla para escribir esta pequeña reseña, he vuelto a recordar lo durísima que es esta película, con algunas secuencias que te ponen algo más que un nudo en la garganta. La hazaña de Wladyslaw Szpilman, un pianista judío que sobrevivió escondido 2 años en el gueto de Varsovia durante la ocupación nazi, merecía sin duda una película. El Pianista es un trabajo muy crudo, donde apenas queda un resquicio a la esperanza, y donde Roman Polanski tiene que escarbar en lo más profundo del ser humano para poder rescatar algo de bondad entre tanta miseria.

El controvertido director, que vivió muy de cerca el horror de la guerra (su propia madre murió en el campo de concentración de Auschwitz), narra con absoluta maestría una historia de supervivencia llevada al extremo, y donde un superlativo Adrian Brody deja para el recuerdo (Oscar incluido) un retrato de la fortaleza del hombre en mitad del mayor de los horrores posible.

El uso extraordinario de la fotografía, la deliciosa banda sonora, el perfecto manejo del ritmo y los movimientos de cámara -con esa grúa que se eleva para mostrar el gueto completamente destruido- consiguieron convertir a El Pianista en un clásico inmediato.

HIJOS DEL TERCER REICH. Por J.M.C.

La Historia la escriben los ganadores, pero el enemigo también tiene presencia y rostro, amigos y amantes, vicios y debilidades. Hijos del Tercer Reich no trata de exculpar los errores de la población alemana durante la contienda, ni hace proselitismo nazi, ni siquiera trata de que sintamos lástima por los boches. Sin embargo, hubo unas cuantas generaciones que perecieron por la sinrazón del Führer y que, además de desaparecer, se quedaron sin voz y sin esperanza, en el limbo.

La serie de producción germana sigue a todos estos protagonistas sin obra en su transformación vital, de lobos a bestias, y de bestias a fantasmas. Además contiene una de las escenas más logradas en cuanto a la violencia psicológica que debe provocar caminar hacia la muerte en el episodio centrado en la batalla de Kursk, una de las más importantes de la guerra.

No es la mejor serie de la Segunda Guerra Mundial (Band of brothers es infinitamente mejor), pero sí era muy necesaria. Imprescindible.

MALDITOS BASTARDOS. Por María Aller.

Lo de las películas de época no era algo que estuviera muy intrínseco en la filmografía de Quentin Tarantino. Sin embargo, a nadie le chocó excesivamente cuando preparaba un proyecto que éste situaba en la II Guerra Mundial.

Malditos bastardos no se ajusta a los hechos históricos pero es fiel a las décadas de las que habla mientras que le añade de su propia cosecha: mucho metraje, conversaciones de guion perdurables, personajes ficticios que ya son legendarios y un ritmo que su creador recula según le convenga.

La producción es manufactura pura de su autor. Acompañada por un despliegue de medios que atraen al público más allá de los tiros y los diálogos, esta película políglota recorre dos caminos paralelos que convergerán en un esplendoroso final: por un lado, Aldo Raine (Pitt) adiestra a un grupo de soldados americanos. Por otro, una joven francesa con identidad falsa (Laurent) habita en París regentando un cine. Entre ambas tramas deambula el coronel nazi Hans Landa, un villano alegre y socarrón que sabe hacer reír como helar la sangre al personal.

Siempre jugando con la violencia y los toques de humor, Malditos bastardos es una orgía visual y de acción que acelera y frena con brío, que durante casi 150 minutos nos hace gozar y los fans del realizador no se sienten defraudados. Detractores de Quentin, creo que ya lo saben: absténganse.

EL TAMBOR DE HOJALATA. Por Gerard Gomila.

Oskar Matzerath decide dejar de crecer a los tres años. A partir de ese momento, solo le acompañará en su viaje existencial un tambor de hojalata y su voz aguda, capaz de hacer estallar el cristal. Rebelde y ajeno a la decadencia que le rodea, sufre durante años los errores de los adultos, sus deslealtades y lo que será peor, sus guerras.

Volker Schlöndorff consiguió con este film plasmar el espíritu disidente, la dignidad escondida bajo toneladas de escombros, en el rostro de intelectuales, locos y excéntricos, que emergía de Alemania después de la gran vergüenza colectiva de la Segunda Guerra Mundial. Schlöndorff se irguió con este film en valedor del Nuevo Cine Alemán, que tomó elementos de la Nouvelle Vague francesa.

La tarea de adaptar la novela del premio Nobel de literatura Günter Grass resultaría una tarea compleja, no solo por el carácter fantástico de la propuesta -en realidad, algo más cercana al realismo mágico de García Márquez que de los grandes monumentos nacionales de la prosa germánica: Shciller o Goethe- sinó por el coqueteo erótico del personaje de Oskar, el protagonista de tres años (el actor contaba con once ) con las mujeres que desfilan en la película. A pesar de los problemas legales que tuvo que afrontar por este motivo, el film consiguió ser el mas taquillero de 1979 y permanecer entre las grandes obras del cine alemán.

LA VIDA ES BELLA. Por Pablo Parrila.

La vida es bella muestra una imagen de la Segunda Guerra Mundial alejada de la realidad vivida a mediados del siglo XX en todo el mundo. El director italiano Roberto Begnini disfraza la guerra con un vestido en forma de juego a los ojos de un niño en el marco de un campo de concentración nazi.

Un título que es imprescindible en la videoteca de cualquier aficionado al cine y un clásico imperecedero tanto por la fotografía, como por su ocurrente guion, montaje y maravillosa banda sonora, una composición única de Nicola Piovani. Pasado el tiempo una frase se te viene siempre a la memoria: ¡Buenos días, princesa!

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