Para algunos pudo parecer extraño que en el pasado Festival de Venecia dos pesos pesados de la interpretación como son Jane Fonda y Robert Redford (con méritos propios de sobra) recibieran un León de Oro honorífico conjunto coincidiendo, no sólo con el estreno de su nueva película Nosotros en la noche (Our Souls at Night, 2017) sino con el 50 aniversario de la segunda película en la que aparecieron juntos: Descalzos por el parque (Barefoot in the park, 1967). Y es que, menciono esta extrañeza porque parece que un género con el que estamos tan familiarizados como es la comedia romántica, tienda a perderse en el olvido o a mirarse con cierto recelo si no llevan en ellas el nombre de Wilder, Hawks o Allen. Pero con un (muy agradable) revisionado se puede comprender rápidamente que la efemérides del premio está totalmente justificada, Descalzos en el parque es algo distinto.
Basada en el texto teatral de Neil Simon y adaptada en forma de guion por el propio dramaturgo, Descalzos por el parque nos narra la historia de Paul (Robert Redford), prudente y serio, y de Corie (Jane Fonda), alocada y con ganas de pasarlo lo mejor posible. La pareja, recién casada, se trasladará a un pequeño y humilde apartamento en un quinto piso sin ascensor donde los problemas de la vida en pareja comenzarán a aparecer.
Viendo esta sinopsis, lo lógico sería preguntarse qué ha podido aportar esta película a la historia del cine para que sea recordada 50 años después, no sólo por una gran parte del público, sino por una institución como es el Festival de Venecia. En una primera lectura podríamos decir que todos los actores están perfectos, que la dirección de un Gene Saks primerizo cumple más que correctamente y, sobre todo, que las situaciones y la comedia funcionan a la perfección. Pero, pongámonos en contexto.
Descalzos por el parque se estrenó en el año 1967, mientras que ese mismo año se estrenan: El graduado (The Graduate, 1967) Bonnie & Clyde (Bonnie & Clyde, 1967) y Adivina quién viene está noche (Guess who’s coming to dinner, 1967). Exploraciones de la sexualidad, la violencia y los conflictos raciales muy distintos a los que el público estaba acostumbrado a ver en una América convulsa que aún estaba experimentando de lleno las tensiones de la revolución social que supusieron los 60, donde se salía de un cierto anquilosamiento cultural para abrir los ojos a nuevas experiencias. Vista ahora, Descalzos por el parque esconde bajo un aparente tratamiento convencional cercano al clasicismo, muchísimos rasgos de modernidad, no sólo a partir de una exploración explicita de algunos de los conflictos anteriormente mencionados (en personajes y diálogos) sino a partir de las tensiones en su forma y en el tratamiento de la comedia.
Si pensamos en el cine comercial como reflejo de los tiempos, podemos ver cómo Descalzos por el parque se debate, mezcla e integra a la perfección, dos tipos de comedia profundamente marcados por el tiempo: una cierta tendencia al slapstick a través de esas subidas agotadoras por unas escaleras que llevan al apartamento de la pareja, combinada con unos diálogos punzantes, donde elementos como la sexualidad, los celos y las decepciones de la vida adulta se tratan con una sutilidad y un acierto increíbles. Esta fusión de la utilización de un “trazo grueso” clásico y un “trazo fino” propio de la comedia moderna enfatiza no sólo las tensiones entre los personajes interpretados por Robert Redford y Jane Fonda sino que se puede intuir como un cierto reflejo de la dualidad de una sociedad americana dividida: un Paul cerrado al progreso y una Corie que lo pide a gritos.
Descalzos por el parque es un producto de su tiempo, en eterna tensión entre lo efectivo y funcional del clasicismo y lo liviano y libre de la modernidad. Que los personajes interpretados por Robert Reford y Jane Fonda representen precisamente eso, parece algo meditado e intencional. Sin embargo, el hecho de que muchas de las reflexiones, situaciones y diálogos de la película podrían estar perfectamente integrados en una comedia romántica actual y nos seguirían haciendo estallar en carcajadas 50 años después de su creación, es algo que sinceramente, no se puede explicar.