En la adolescencia, esa etapa tan convulsa, difícil y arrebatadoramente pasional, es donde uno deberá enfrentarse a la complicada decisión de elegir, de una forma completamente individual, qué camino va a tomar su vida haciéndose cargo de las elecciones tomadas y con la responsabilidad, consciente o no, de que todas las aceptaciones llevan consigo unas renuncias. Es una etapa para experimentar, probar y saber quién va a ser esa persona llamada “Yo”, no solo ya en el ámbito personal sino también en el social, académico y laboral.
Es en esta observación de la adolescencia, las relaciones humanas y el despertar sexual, donde Cuando tienes 17 años conecta con Los Juncos salvajes, la cinta más importante en la filmografía del director galo con ascendencia española André Téchiné, con la que consiguió alzarse con los premios César a la mejor película, director y mejor guion original. Resulta curioso apreciar un punto de vista tan vitalista en este film, pues está realizado por un señor de 73 años, así que recordemos eso de que la experiencia es un grado, y más tratándose de la adolescencia.
Cuando tienes 17 años, nos cuenta la historia de Damien (Kacey Mottet Klein) un chico de 17 años que vive junto a su madre (Sandrine Kiberlain) y su padre, un militar en misión por el extranjero. Damien será acosado por Tom (Corentin Fila) compañero de clase, chico adoptado y conflictivo, que vivirá una temporada en su casa para poder ayudar a la madre de este, embarazada. Téchiné, que también firma el guion, nos muestra de forma pausada y serena los sucesos que irán ocurriendo en esos trimestres y su influencia en la vida de los personajes, sin prisas ni amaneramientos, consciente de que un hecho lleva al otro; con un tempo relajado, que no lento, el realizador rueda, sin necesidad de sentimentalismos, cómo se van modificando las vidas de los protagonistas, que aquí, buscando el más absoluto realismo, son personas como podríamos ser nosotros.
El film de Téchiné, describe cómo la violencia surge de la falta de conocimiento o el miedo a asimilar sensaciones hasta ahora desconocidas. Los protagonistas aceptan (o no) los devenires de la vida sin dramatismo, pasando por temas como la homosexualidad o la muerte con absoluta naturalidad e intentando llevar sus vidas lo mejor que pueden. El director maneja un grupo de actores, que, con frescura y sencillez, se entregan a la contemplación de ese pedazo de vida; a destacar el trío formado por los dos chicos y la madre médico, que otorgan absoluta credibilidad y jovialidad a las relaciones. Estos son, quizá, los momentos más divertidos de esta particular historia.
Uno de los elementos más importantes de la película es que Téchiné no intenta hacer proselitismo, ni adoctrinar ni dogmatizar, no hay reinvindicación alguna en todo el metraje. La sinceridad del guión que ha escrito el realizador junto a Céline Sciamma, huye de la intención de influir o posicionar al espectador (repetimos, la experiencia y la sabiduría son un grado). Por tanto, que al público le concedan un mínimo de inteligencia siempre es de agradecer.
Lo mejor: la serenidad y objetividad que se muestra en muchas fases del film.
Lo peor: el personaje del padre militar, un tanto desdibujado.