Antes de continuar con la avalancha de películas a la que uno debe enfrentarse cada jornada durante el SEFF, un pequeño descanso en la recepción del hotel Hesperia puede recargar las pilas e incluso, si se es observador, regalar algún pequeño gag involuntario; una periodista lleva algo más de una hora en el sofá esperando a Justine Triet, la directora de El reflejo de Sibyl (Sibyl), que le ha indicado con un gesto de mano que tardaría un momentito en volver. Quizás esté intentando ser igual de desconsiderada que los personajes de su obra, en la que una psicóloga toma la cuestionable decisión usar los testimonios de sus pacientes para escribir una novela, y que la acabará llevando por el camino de la amargura y los límites entre la realidad y la ficción. Rodada de forma vigorosa, la película brilla especialmente cuando se entrega a sus intrigas románticas desquiciadas, pero cuyo conjunto resulta algo arrítmico.
El hecho de estar expuesto a la pantalla durante tanto tiempo da pie a encontrar similitudes y paralelismos: en este caso dos historias que tienen lugar en una sola noche. La primera de ellas es Libertè de Albert Serra, en lo que ha sido certeramente descrito como una noche de cruising entre burgueses del s.XVIII. Lo cierto es que ateniéndonos a lo que el cineasta Nathaniel Dorsky sugiere que el cine debe ser (esto es, una obra que no sólo expone una idea o temática, sino que en sí misma es esa idea o temática), el resultado es irreprochable. Libertè es autocomplaciente, decadente, excesiva y patética; y no podía ser de otra forma en lo que en el fondo es una exploración del reverso oculto de la sociedad, donde supuestamente las pulsiones se desatan de forma aleatoria y espontánea, pero que siguen sometidas a dinámicas y jerarquías de poder anquilosadas.
La segunda es Longa noite, del gallego Eloy Enciso, y reúne textos de diversos autores y cartas anónimas, los reestructura y construye con ellos un ensayo en tres actos sobre esa noche en la historia de España de la que parece que aún no nos hemos despertado. Una vez se termina de aclimatar a la rigidez de sus interpretaciones, la cinta se da a la fuga de cualquier convencionalismo narrativo para adentrarse en el terreno de lo sensorial, y lo que encuentra en su huida es sobrecogedor. Mención aparte merece la dirección de fotografía, a cargo de Mauro Herce, que consigue rodar todo el último acto utilizando exclusivamente la luz de la luna.
Está claro que el festival siente cierta predilección por el trabajo de Roy Andersson, al que dedicó una retrospectiva durante la edición pasada, y que este año se presenta de nuevo a Sección Oficial con Sobre lo infinito (Om det oändliga). La fórmula de Andersson es muy específica e inmutable, pero también infalible: planos generales de larga duración y asépticos por los que deambulan personajes aún más asépticos. En este nuevo tour guiado a través de las miserias de la condición humana absolutamente todo tiene cabida, y es este amplio abanico que prueba hasta dónde puede estirarse sin romperse, el que nos desvela una mirada holística de la vida y de aquellos que tenemos el placer y el calvario de formar parte de ella.
Mientras Andersson mira hacia todas direcciones, Abel Ferrara se encierra en sí mismo y nos entrega un desesperado intento de redención en Tommaso. Willem Dafoe da vida a un director de cine recién asentado con su familia en Roma, que debe navegar por un maelstrom de experiencias traumáticas e impulsos autodestructivos. Ferrara rueda con la contención de alguien que se ve reflejado en su personaje e intenta salvarlo de su condición para salvarse también a si mismo. Una película discreta pero que se percibe en carne viva, y que brilla en todo su esplendor cuando explora el terreno de lo onírico y lo alegórico en pequeñas escenas, casi como alucinaciones de una mala fiebre.
Fuera de la ficción y en el terreno nacional, dos obras ponen a sus creadores en el papel protagonista y los obligan a vivir sus realidades en primera persona. Es el caso de Zumiriki, una suerte de diario fílmico en el que Oskar Alegría se transforma en un Robinson Crusoe moderno y decide pasar cuatro meses viviendo en los bosques de su infancia, completamente aislado e incomunicado. Este exilio voluntario provoca en Alegría un efecto parecido al de la pupila de un ojo adaptándose a la oscuridad, pues de repente el más pequeño de los estímulos se convierte en toda una epopeya, y el director acaba convirtiéndose en el demiurgo de su pequeño mundo mientras cartografía el terreno, da nombres a los árboles y supervisa la vida nocturna de los animales que le hacen compañía, con un entusiasmo y un aliento poético que contagia al espectador.
Big Big Big de Carmen Haro y Miguel Rodríguez propone otro tipo de experimento, más doméstico, pero que lleva a sus directores a otro tipo de naufragio mental. La idea es sencilla: visionar Big, el blockbuster ochentero protagonizado por Tom Hanks, durante treinta días; y como es de esperar rápidamente lo que en un principio era un simple producto de entretenimiento empieza a mutar hacia algo más complejo y de múltiples lecturas. Carmen y Miguel invitan a amigos y familiares a acompañarles en el visionado, y de la tortura a la que se han sometido acaba floreciendo un alegato a los debates post-visionado, lo más bonito que te puede dar el cine y el universo en general.
Palmarés
- Giraldillo de Oro: Martin Eden (Italia) de Pietro Marcello.
- Gran Premio del Jurado: Technoboss (Portugal) de João Nicolau.
- Mejor dirección: Nadav Lapid por Sinónimos (Francia).
- Mejor guion: La Gomera (Rumanía).
- Mejor actriz (ex aequo): Marta Nieto por Madre (España) y Zorica Nusheva por Dios existe, su nombre es Petrunya (Macedonia).
- Mejor actor: Pierfrancesco Favino por El traidor (Italia).
- Mejor dirección de fotografía: Atlantis (Ucrania).
- Mención Especial del Jurado: La famosa invasión de los osos en Sicilia (Francia) de Lorenzo Mattotti.
- Mejor Película Sección Las Nuevas Olas: Abou Leila (Argelia) de Amin Sidi-Boumédiène.
- Mejor Película Sección Las Nuevas Olas (no ficción): Zumiriki (España) de Oskar Alegria.
- Gran Premio del Público: And then we danced (Suecia) de Levan Akin.