Desde no hace mucho tiempo, Gran Bretaña está inmersa en una situación política bastante agitada, caminando a ciegas sobre arenas movedizas. Es un periodo confuso para todos los sectores de la sociedad que afecta a cada uno de los pilares que sostienen un país. Uno de esos aspectos es el cultural, ámbito en el que los artistas musicales fueron, quizá, los primeros en mostrar su descontento ante tal incertidumbre. Por su parte, el cine no se ha quedado atrás y cintas como la reciente Brexit. The Uncivil War (2019) le pone cara y voz a una parte de este panorama, siendo este trabajo un reflejo del impacto en una escala social y un arco demográfico concreto.
Aunque resulte extraño y a través de un tema diametralmente opuesto, Joe Cornish expone de un modo muy inteligente con su última película, El niño que pudo ser rey (The King Who Would Be King, 2018), aquello que, aparentemente, vive alejado de todo lo convulso en un marco presente; el film intenta transformar este presente inundado de preocupación en concienciación para el futuro. Con su ópera prima, la indiscutiblemente original Attack The Block (2011), retrató (al igual que ahora) a la generación más joven pero también a la más incomprendida, de ahí aquella metáfora alienígena como personificación de esta incomprensión. En El niño que pudo ser rey las imágenes plasman a toda una generación de niños y adolescentes que hace de esta incomprensión su máximo exponente.
Alex Elliot es un niño de instituto preocupado por las rutinas de su día a día: el acoso escolar, no defraudar a tu mejor amigo o a aislarse de su madre por la falta de explicación de la ausencia paterna. Hasta que un día, escapando de todo un poco, encuentra una espada clavada en una piedra.

La historia es un pilar básico de la cultura popular británica: la leyenda Artúrica. La nueva revisión de Joe Cornish amplía el marco y lo sitúa en el presente de la incertidumbre y la incomprensión. El personaje de Alex tendrá que superar sus objetivos con la ayuda de Mary/Merlín y sus particulares caballeros (grandiosa la escena que aparece por primera vez una mesa redonda) y el código de los mismos, que viene a ser un trasunto del código social de cualquier persona: vivir con educación, valores y respeto.
Toda la película presenta una atmósfera pseudopolítica relacionada con la preocupación del país. Joe Cornish crea un relato lúcido que, a través una historia ancestral sobre el pueblo británico, pretende concienciar a las generaciones más jóvenes de cara a la importancia que tienen en el futuro inmediato y no tan inmediato de sus vidas, sobre todo de esas vidas dentro de un país. La película clama por la cooperación entre generaciones a través del código caballeresco del contexto de la película, metáfora de la educación actual, escolar y parental, y de la suma importancia de estos aspectos para edificar con garantías una sociedad. La inteligencia de Cornish a la hora de acudir al mito de la cultura popular británica para utilizarlo con la generación más joven supone un punto a favor -si no el punto realmente fuerte- en una cinta de aventuras clásica pero a la vez vivaracha y gamberra.
En esta ocasión, el dispositivo refleja la sencillez de la aventura apoyándose en un cine destinado a entretener, por eso se reduce la originalidad que sí tuvo Attack The Block . De todas formas, el nuevo trabajo de Joe Cornish consigue ser genuino sosteniéndose sobre unas imágenes diseñadas para acometer la difícil empresa de contar algo ya narrado en múltiples versiones. Su puesta en escena, de gran clarividencia, se luce cuanto más rebelde es la causa; cuando el guion se postula para permitir trucos «artúricos» o secuencias en las que se hacen guiños a películas del fantástico de esta y anteriores generaciones: desde la saga Harry Potter, hasta El señor de los anillos: La comunidad del anillo (The Lord Of The Rings. The Fellowship of the Ring, 2001), pasando por Men in Black (1997).
Lo mejor: Por un lado, la personalidad y frescura de un director como Joe Cornish. Por otro, el trepidante prólogo de la película.
Lo peor: Con el primer final era suficiente.
