Si por algo se ha caracterizado el séptimo arte –como lo
haría cualquier otra forma de expresión- dentro del plano humanístico, es por
ser eco de la sociedad contemporánea. En el retrato de sus virtudes,
obsesiones, pecados o anhelos, los
cineastas griegos han creado un nuevo estilo de expresión, el cual no es sino
fruto de una crisis que ha superado las barreras de lo económico, llegando a
dañar la membrana humanitaria. Las alegorías que generan estos nuevos
realizadores (quizás el más internacional de ellos sea Lanthimos) construyen
pequeños universos donde la expresión se redescubre y el individuo es expuesto
desde la caricaturización. Tal es así que podemos llegar a hablar de cine
crítico, leer sus películas en clave de acción socio-política, o simplemente
como exposición de una suma de descabelladas incidencias teñidas de humor
negro.
La segunda película del director griego Babis Makridis continua la senda de su título anterior (L, 2012), enmarcándose desde los primeros compases dentro de los márgenes de este movimiento cinematográfico que ha pasado a definirse como la Nueva ola griega. El nivel estético juega en favor del primer juicio: austeridad, simetría, y una fría concisión caben en sus planos fijos que alternan primeros planos de gran profundidad de campo y planos abiertos de espacios diáfanos. Todo ello genera el ambiente hermético perfecto en el que desarrollar estas tragedias cuasi-clásicas traídas a nuestros días y representadas por nuestras realidades llevadas al inverosímil como muestra de la alienación de sus protagonistas.
Sin duda, se trata de un cine singular que encuentra en esta
ocasión un protagonista que necesita
vivir en el drama perpetuo convirtiéndose en el (pseudo)héroe trágico desde una
estructura clásica, donde no faltan prólogo, monólogo interior del
protagonista, oda lírica, ni catarsis final. La utilización de textos en
pantalla nos adentra en el monólogo interno de un misántropo interpretado de
forma impecable por Giannis Drakopoulus
(un habitual de este género), descubriendo su moral al tiempo que los diálogos
dejan fluir la trama. La citada
catarsis, algo definitorio del género, se descubre enfatizada de forma especial
en este caso como cierre desgarrador. Eso sí, anticipado por una
ambientación penetrante en la que cada acción logra incidir.
A pesar de su primera impresión vacua, abúlica, la película
se desenvuelve en un ambiente entre lo tétrico y lo cómico que aligera su
metraje gracias al desconcierto en los límites de la realidad, sin duda un
acierto del guion que el director firma junto a Efthymis Filippou, nombre casi definitorio de este cine por
trabajar junto a casi todos los directores que pertenecen
a este movimiento. Los contrastes de
espacios y emociones generan la evolución de los personajes aumentando su
alienación, reflejada de nuevo en sus actos en la búsqueda de más, antes de ser
conscientes de que los valores han quedado arrasados por el camino.
Lo mejor: Volver a encontrarnos con una comedia tan oscura como el propio drama, dibujada dentro de un espacio inmutable, aunque reconocible.
Lo peor: Puede indigestarse incluso en los estómagos más experimentados si el día o el humor personal no acompañan.