Que a Bong Joon Ho nos regale una película que roza el 10 no es ninguna novedad. Ya había hecho malabares con los géneros en la imprescindible Memories of murder (2003), nos la jugó emocionalmente con Mother (2009), y se divirtió y nos acojonó con Snowpiercer (2013) y The Host (2006). Vamos, que no es un recién llegado. Como se decía en su día de Kurosawa, Joon Ho es capaz de hacer cine coreano al estilo americano, regalarnos una puesta en escena a la altura de los grandes, y manejar la dirección del guion de forma maestra para darnos Parásitos (Gisaengchung (Parasite), 2019) merecidísima Palma de Oro en el festival de Cannes de este año.
Se trata Parasitos de una comedia negra con un gran contenido metafórico que consigue que el género trascienda y deambule con igual lucidez por el drama y, como en casi todo el cine del coreano, la tragedia. Narra la historia de una familia que se vale de su picardía y su falta de escrúpulos para sobrevivir en un siglo de conexión global y precariedad mundial, una sociedad de brandings en la que obviamos a toda esa gente que habita por debajo del subsuelo, en sótanos que rozan la insalubridad. Una sociedad en definitiva donde se premia por fingir, y como tal actúa esta familia en la que se piratea el WiFi y se lidia con la indigencia a la hora de comer. Su determinación y una serie de casualidades forzadas, llevan a todos sus miembros a trabajar para lo que hoy se conoce como una familia de triunfadores, emprendedores de piscina climatizada y vistas desde la colina, las alturas, una mansión para dominarlos a todos.
Plagada de detalles, en un montaje maravilloso que alterna escenas de un humor finísimo, con secuencias medidas que hacen de transición en el discurrir de la historia, y que imprimen un ritmo a la cinta que de otra manera podría haberse hecho denso y sin sentido. Ahonda en niveles emocionales de toda condición familiar: la solidaridad, la desatención, la incomunicación, temas todos ellos recurrentes en el cine de Bong Joon Ho. Asistimos como un público que consiente a las malas artes de unos y otros para tratar de sobrevivir, familias acomodadas en una adolescencia perpetua, con la hondura intelectual de un video de Snapchat, niños traumatizados por la incapacidad paternal, que no son más que matrimonios lindantes con la inteligencia estéril.
Dentro del incendio controlado de metáforas que acompañan al argumento, y más allá de las obvias que apuntan a una lucha de clases indefinida ante la adopción por parte de la clase obrera de los códigos de los opulentos, está un precioso homenaje al proceso creativo de la puesta en escena de una pantomima perfecta, el trabajo del autor, la forma de encarar el nacimiento de una ficción.
Pero sin duda el motor y alma del film es el revisionismo de las diferencias sociales entre ricos y pobres, así como las nuevas armas para la revolución. Una guerra en la que la representación de la clase media, interpretada por la imprescindible ama de llaves de la mansión, siempre pierde, siempre es observada con desconfianza, cómplices para unos e incapaces para otros.
Rodada de forma excelente, con un guion que roza la perfección y unas interpretaciones que no desentonan (Song Kang Ho debería conocerse en el mundo entero, es uno de los grandes actores a nivel mundial de lo que llevamos de siglo) Parásitos es una de las películas del año y quizá de la década, un disfrute con decenas de lecturas, que requiere de más de un visitando para captar todos los detalles y referencias que el gran Bong Joon-ho nos ha regalado.
Lo mejor: La historia, el montaje, las interpretaciones, el humor del arranque, el drama global y el terror que se esconde en el sótano.
Lo peor: Por ponerle un pero, que el final sea el esperado.