Esta película de Bill Condon, director competente pero sin la aureola de gran autor, es uno de esos biopics cuyo mayor interés reside en el aprendizaje que nos puede proporcionar la figura retratada, antes que determinadas cualidades cinematográficas. Pero su recomendación es en este marco especialmente relevante porque el estudio de Alfred Kinsey de mediados del siglo XX merece ser puesto de relieve más que nunca hoy en día, cuando se imponen las posiciones radicales, extremas o sin matices. Con el movimiento LGTBIQ hay que insistir sin embargo en las muchas variantes que puede tener la sexualidad, incluso en una misma persona: no se es simplemente hetero, homo o bisexual, sino que se puede ser predominantemente de una orientación con parte de otra(s). Kinsey se limita a ofrecernos el punto de partida sobre el que podemos reflexionar en este tema, y esto nos corresponde hacerlo valorando nuestras propias experiencias. Así lo permite la ligereza del filme, apoyado por lo demás en un memorable trabajo de Liam Neeson en el papel protagonista: el de un hombre que no quería renunciar a nada aunque ello desbordara los límites de su propia vida.
