Tomboy es una película muy especial, pues no trata de identidades y esencias, sino de los procesos mismos de identificación. Todo comienza con un acto de este tipo: “Michäel, me llamo Michäel”. No será hasta poco después, en el único desnudo de la película, que conozcamos cómo llaman en casa al personaje preadolescente interpretado por Zoe Heran: Laure. Recién mudados a una nueva ciudad, Lisa, una niña del barrio, la ha confundido con un chico y Laure no ha querido sacarla de su error. De manera natural surge el conflicto ─interno y externo─ de la película cuando Lisa presenta a Michäel a los chicos del barrio y Laure se transforma en chico durante un verano. No se trata solo de la apariencia, la misma mirada de Laure sobre sí misma y sobre los otros se transforma en un hermoso y complejo proceso de desorientación.
¿Qué fue lo que llevó a Laure a aceptar ese fundacional acto de identificación? ¿un accidente? ¿el deseo hacia Lisa o hacia ser aquello que desea Lisa? Desde los primeros minutos de la película, mucho antes de este primer momento, la directora Céline Sciamma apela al reconocimiento del espectador cuando muestra su protagonista, aún sin identificar, con el pelo a lo Jean Seberg aprendiendo a conducir con su padre; o vestida con una camiseta de tirantes tratando con ternura a su joven y princesita hermana pequeña. Una hermosa y sutil exploración, que nos apela directamente, sobre cómo la identidad se construye mediante posicionamientos ante la mirada y reconocimiento de los otros; y sin certezas.
