Hay tres momentos en la soberbia Una mujer fantástica, de Sebastián Lelio que funcionan a modo de vectores que definen su espacio narrativo. Uno: Marina (Daniela Vega) descarga su ira contra unos sacos de boxeo, con ademanes marcadamente masculinos. Parece decisivo en la formulación del personaje de Marina que Lelio no solo incida en su transexualidad a través de los indicios externos, sino también por medio de las expresiones no censuradas de su identidad biológica. Dos: En una inolvidable escena onírica, Marina hace frente a una tormenta que amenaza arrastrarla. Es difícil imaginar de modo más plástico el sentimiento de una persona que debe avanzar por la vida contra el viento y la marea del (pre)juicio ajeno. Tres: En el clímax del metraje, Marina contempla su rostro en un espejo colocado sobre su sexo, que queda oculto. Una bellísima escena como metáfora de la trascendencia y primacía de la identidad personal respecto de la sexual. Una imagen como un aldabonazo en el modo de mirar al otro.
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