El descubrimiento de la fisión nuclear en Alemania a las puertas de la Segunda Guerra Mundial supuso el inicio de la era atómica. Pero lo que no sabía la científica austriaca Lise Meitner (autora del descubrimiento que perdió la gloria del reconocimiento por su origen judío en favor del químico alemán, y compañero suyo de laboratorio, Otto Hahn) es que este hito de la física supondría también el comienzo de la carrera armamentística más peligrosa en la que se ha embarcado el ser humano. Una carrera intensiva por desarrollar la primera bomba atómica en la que participaron los propios alemanas y las potencias aliadas, estas últimas activando varias misiones de sabotaje para que el Tercer Reich no alumbrase el arma definitiva mientras se afanaban por ser el primero en contar con la ventaja bélica definitiva. Ingleses y norteamericanos por un lado, y soviéticos por otro. La guerra fría empezaba ya a dar sus primeros pasos.
Oppenheimer (2023) es la historia particular de la carrera norteamericana por conseguir, a partir de la fisión nuclear, la bomba atómica. El nombre en clave de la operación era “Proyecto Manhattan” y su líder indiscutible el físico teórico norteamericano J. Robert Oppenheimer. Con formación interdisciplinar, sus conocimientos superaban el ámbito de la ciencia y eran también amplios en literatura, filosofía, idiomas o arte; y su insólita inteligencia le permitió graduarse Cum laude en Harvard, realizar investigaciones importantes en astrofísica, física nuclear, espectroscopia y teoría cuántica de campos, o formular los primeros trabajos que sugerían la existencia de los agujeros negros. Ahí es nada…
Nolan a lo grande
Oppenheimer es la película más larga del director y la primera en utilizar cámaras Kodak para IMAX en blanco y negro (desarrolladas por la marca expresamente para Nolan). Está concebida y armada para brillar en la pantalla grande durante 100 días antes de pasar a plataformas por condición de Nolan (lo usual es que la ventana cine sea exclusiva durante unos 45 días) y también es el primer largometraje que el director pone en marcha junto a Universal Pictures. Pero Oppenheimer es mucho más, porque su “reducido” presupuesto (“solo” 100 millones) no es un obstáculo para que la película se postule como uno de los biopics más ambiciosos del siglo con la complicada tarea de armar un relato que se mueve en varías líneas temporales (nada nuevo bajo el sol en la filmografía del cineasta), que combina el rigor histórico rozando el género documental (distinguible por la elección del blanco y negro) con la pura ficción que la historia necesita para que el espectador aguante las tres horas de metraje que le esperan en las salas. Todo para adaptar la novela de Kai Bird y Martin J. Sherwin ganadora del Premio Pulitzer en 2006 Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, editada en España por Debate.
¿Qué os vais a encontrar?
Si bien su duración podría poner en jaque las ganas de muchos espectadores de acercarse a las salas a disfrutar de lo último de Nolan, lo cierto es que Oppenheimer termina por funcionar con mucha soltura en su carrera contra el reloj gracias a una dirección que cuida mucho el ritmo del relato, funcionando mucho mejor que la mayoría de blockbusters que llegan a carteleras y que también es raro hoy en día que bajen de los 140 o 150 minutos. Con una primera parte empapada de guiños a la personalidad y las experiencias vitales del científico norteamericano, el cuerpo central del relato aborda la investigación que permitió desarrollar la bomba atómica y su última tramo pone el foco en la infame investigación que en plena edad de oro del macartismo padeció el científico y que puso en duda su lealtad a los Estados Unidos, en una jugada orquestada desde las sombras por Lewis L. Strauss, Presidente de la Comisión de Energía Atómica (AEC) norteamericana, y su sed de revancha.
Concebida para un espectador bastante maduro, Oppenheimer destaca por su solidez y es complicado encontrar fallas en el conjunto. Tanto la planificación de su relato como todos los apartados técnicos son verdaderamente notables y recupera la estela de Dunkerque (Dunkirk, 2017), dejando atrás ese galimatías disfrazado de películas de espías (e imposible de comprender) que fue Tenet (2020), para dar continuidad al cine más adulto de Christopher Nolan. Si bien es cierto que algunas señas de identidad del realizador se mantienen, con Oppenheimer el director abraza definitivamente al cine clásico y firma un largometraje muy depurado que prescinde (casi) por completo del CGI y en el que la exposición de los hechos, la ambientación y el fantástico trabajo de su reparto marcan la diferencia. Un reparto de infarto, tanto por el peso de sus nombres como por el trabajo de todos y cada uno de ellos: Casey Affleck, Emily Blunt, Gary Oldman, Matt Damon, Rami Malek, Kenneth Branagh, Florence Pugh y Tom Conti, entre otros. Todos ellos con Óscar bajo el brazo o nominados. Y todos ellos a merced de un Cillian Murphy soberbio, que tras cinco colaboraciones con el director en roles secundarios por fin se hace con un papel protagónico que da la sensación que ha sido guardado para él, esperando actor y director el momento ideal para dar el paso. Mención especial para Robert Downey Jr, que firma también uno de los papeles de su carrera (en modo Jeremy Irons) dotando a su personaje Lewis L. Strauss de una vileza bastante despreciable.
Las oportunidades perdidas de Oppenheimer
Sin duda, la decisión de centrar prácticamente todo su último tramo en la comisión que se orquestó para poner contra las cuerdas al padre de la bomba atómica aleja a la película de la exploración más exhaustiva del científico atormentado, aquel que con su intelecto es capaz de crear un arma que lleve a su país a la victoria pero con una altísima factura: más de 200.000 vidas humanas, en su mayoría civiles. Pocas veces en la historia de la humanidad la frase “el fin justifica los medios” ha cobrado tanto sentido o ha despertado tanta polémica. Un acontecimiento que llevó a Oppenheimer a una lucha interior devastadora y le convirtió en un detractor de la Bomba de hidrógeno (la salvajada definitiva que en vez de usar la fisión usa la fusión nuclear y que puede ser hasta 1000 veces más potente que su hermana pequeña). Nolan sí concede a los remordimientos de Oppenheimer una par de momentos bastante notables, pero se decanta por el proceso que soportó el científico renunciando a bucear en el espíritu contradictorio del protagonista y su difícil viaje de curación interna. La ya famosa frase que pronunció tras la detonación de la primera bomba de pruebas en Los Álamos “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos.” resume muy bien su conflicto interior.
Otro de los momentos que pueden resultar por debajo de las expectativas (y aquí entran en juego las campañas de marketing) es la detonación de la bomba atómica, que si bien corona una secuencia especialmente tensa, queda quizá por debajo de lo esperado si atendemos a algunas declaraciones que se han vertido en los medios sobre este momento, crucial en la historia. Y no es que el momento de la detonación no resulte abrumador, sino que quizá si atendemos al barroquismo de Nolan en este tipo de secuencias a los largo de toda su filmografía, en esta ocasión el director parece más contenido que nunca cuando deberíamos ver al Nolan más desatado en piruetas visuales y sonoras.
Con todo, Oppenheimer es una de las mejores películas que ha llegado a las salas este año (el listón gracias a las sagas está muy bajito, con excepción de la última entrega de Misión Imposible) y su visionado en pantalla grande es obligatorio. Porque Oppenheimer, directamente no será la misma película una vez llegue al mercado doméstico, bien a través de plataformas, bien a través de la cuidada edición Home Video que la película pide a gritos tras su visionado.